Disimulo, agobio y sosiego
¿Será que tuve que disimular no
escuchar llantos cada mañana al despertar? ¿Será que tuve que disimular no notar
los golpes maquillados en el rostro de mi mamá? ¿Será que tuve que disimular no
entender por qué mi papá volvía del trabajo a diario con un ramo de flores
pidiendo disculpas? ¿Será que me obligaron a creer que éramos una familia
feliz, cuando no había noche que no derrochara miles de lágrimas soñando al
otro día despertarme y que esta tormenta haya pasado?
En momentos así, el silencio se
apodera de tu vida... Nunca se lo contás a nadie, vas dejando que las palabras
se mueran en tu garganta, porque no te animas, porque tenés miedo, o porque al
no contarlo te imaginas que no es real.
Nunca me voy a olvidar aquel día
que me fui a dormir notando cierta tensión entre ellos, o tal vez que mi mamá
no estaba tan sumisa como de costumbre, aunque pensé que iba a ser una noche
más, con algún que otro episodio violento que yo pensaba ya tener asumido. A la
madrugada me desperté con gritos de auxilio, el sonido de la ambulancia, la
sirena policial, los vecinos rondando en mi casa… Me levanté y pregunté qué era
lo que había pasado. Me impidieron pasar a la habitación donde “los hechos”
habían ocurrido. Nada entendía yo cuando a la fuerza me retiraron de mi casa.
Sospeché que algo muy grave estaba pasando.
Me mudé temporariamente a la casa
de mis tíos, ellos me dijeron que luego de que le tomen declaraciones a mi
madre, podría verla y ella me explicaría bien lo había sucedido.
A pesar de esta pérdida, día a día fui asimilando los
hechos. Mi entusiasmo fue enorme, después de tantos años soportando y
silenciando esa tortura, vislumbrar una existencia apacible junto a mi madre
era alucinante.
Hoy volvemos a despertar...
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