martes, 18 de junio de 2013

“Contante un cuento IV” - Ganador de Categoría B -Mariel Chavez


Música y Locura

Alumna de 4º año de E.E.S Nº 3 “Carmelo Sánchez”

   Todo comenzó una lluviosa tarde de otoño. Los desnudos árboles se doblaban sobre mi vehículo mientras estacionaba frente al teatro. Corrí bajo la lluvia hasta la puerta, pagué mi entrada y pasé a la sala. Me indicaron donde sentarme y solo me quedaba esperar.
    Siempre me había gustado escuchar tocar el piano. Mi padre acostumbraba interpretar hermosas piezas de arte mientras yo lo observaba maravillada. Sin embargo, esta vez fue diferente. La sala se oscureció y sentí un escalofrío recorriendo mi espalda. Al abrirse  el telón él apareció. Su rostro estaba cubierto con una máscara blanca que solo dejaba al descubierto su boca. Se sentó frente al piano que se encontraba en medio del escenario y a esta acción le siguió un profundo silencio. Pasaron varios segundos que parecieron eternos mientras el público esperaba impaciente. La ausencia de sonido se hizo tan intensa que se podía oír la respiración tranquila del hombre desde los asientos. Finalmente comenzó a tocar. Al principio, los sonidos casi inaudibles de las notas eran calmos y distantes entre sí. Sin embargo, mis oídos comenzaron a percibir cómo lentamente comenzaban a denotar algo especial; un sentimiento primitivo que todo ser humano es capaz de reconocer.
   La música siempre ocupó un lugar privilegiado en mi vida, pero jamás había presenciado tal pasión en su interpretación. Todo el público parecía hipnotizado, envuelto en esa inexorable atmósfera, rodeado y atrapado por ese terrible sentimiento que había inundado toda la sala: la angustia. Por un momento, pareció que las sombras del mismísimo inframundo hubieran inundado todo el ambiente para bailar al ritmo de esa música tenebrosa y cautivadora.  Luego, el ritmo de las notas disminuyó hasta convertirse en una serie de sonidos casi inaudibles que marcaban el fin.
   Al finalizar su obra, el hombre permaneció sentado, como si  estuviera bajo el hechizo de su música. Su trance fue interrumpido por una ola de aplausos por parte del sorprendido público. El hombre se paró e hizo una reverencia; luego el telón se cerró. Me pareció increíble, al observar mi reloj, noté que ya había pasado una hora. Me dirigí a mi vehículo y volví a casa.
   Esa noche no pude dormir. La música había quedado grabada en mi mente y ese hombre enmascarado me llenaba de incertidumbre. Tenía que saber quién era y cuál había sido su fuente de inspiración para componer tal obra maestra.
   A la mañana siguiente, bien temprano, me dirigí al teatro otra vez. Al atravesar sus enormes puertas sentí frío y la ausencia de todo sonido me hizo retroceder un paso. Finalmente avancé hacia el escenario. Instintivamente quería ver el lugar exacto donde había estado sentado el hombre enmascarado. Al llegar al centro del escenario, unas pequeñas manchas rojas en el suelo llamaron mi atención. ¿Eran acaso lo que yo creía que eran?...
    En ese mismo instante apareció un hombre entre las bambalinas y me preguntó si me podía ayudar en algo. Le respondí que sí y le pedí información sobre la función de la noche anterior y sobre el intérprete. Me dijo que era una función única. El piano era propiedad del músico y sería llevado a su casa esa noche. Cuando le pregunté el porqué de la máscara no supo qué contestarme.
   Decidí seguir al camión que llevaría el piano a la casa del enmascarado esa misma noche. Al llegar por tercera vez al teatro, vi como cargaban el piano en el camión. Esperé hasta que partieran y los seguí hacia los suburbios. Pararon frente a una casa grande y poco iluminada, rodeada de árboles. Descargaron el piano en su interior y partieron.
   Me bajé de mi vehículo. El ambiente estaba húmedo y había un poco de niebla. Caminé por el sendero empedrado que llevaba a la puerta y pude sentir como mi corazón palpitaba nerviosamente mientras golpeaba la antigua madera.
   Nada. No me llegaba ni un sonido del interior. Creí que no había nadie y decidí volver en otro momento. Pero cuando me di vuelta para irme, escuché el chirrido de los goznes oxidados mientras la puerta se abría. Mi corazón galopaba en mi pecho y mi respiración se entrecortaba. Giré ansiosamente, sabiendo que por fin el misterio sería develado. Pero no vi a nadie. La puerta, abierta levemente, dejaba ver un resplandor proveniente del interior de la casa. Mi conciencia pedía a gritos que me alejara, pero el recuerdo de esa música me empujó a través de la puerta, la cual cerré tras de mí.
    La sala estaba levemente iluminada por un candelabro en el que oscilaban las llamas de las velas. Las paredes, de un color oscuro, daban una fuerte sensación de luto permanente. En el fondo de la sala, un sillón se alzaba frente a una chimenea sin fuego.
   Por un momento me quedé inmóvil, escrutando las sombras de los rincones con nerviosismo ante la sensación de que alguien me estaba observando. De pronto surgió un resplandor en la siguiente habitación y casi al mismo tiempo comenzó a sonar una suave melodía. Mi respiración comenzó a agitarse mientras mi corazón daba tumbos en mi caja torácica. Caminé lentamente hacia la puerta que llevaba a la otra habitación. Estaba entornada, por lo que la empujé con suavidad. Fue eterno el tiempo que tardé en abrirla lo suficiente como para introducir mi cabeza. Solo me atreví a meter mi frente y mis ojos. Al no percibir amenaza alguna, entré. Había un escritorio en el centro de la habitación con una vela y varias hojas pentagramadas. Sobre ellas había una caja de música, de la cual surgía una suave melodía que, sin embargo, tenía algo tétrico escondido entre sus notas. Advertí que había un trozo de papel sobre ella, en el que se leía en una letra algo desprolija las palabras: “¿Puede el amor traer solo pena?” “¿Puede la música traer solo locura?” …
    Me estremecí al escuchar el sonido de pasos pesados en la planta alta. Realmente había alguien allí, y probablemente sabía de mi presencia. Estaba aterrada. No obstante había algo que me impulsaba a dirigirme a las escaleras. Así lo hice. Mientras subía escalón por escalón, las sombras de los objetos a mi alrededor parecían bailar al ritmo de los movimientos de las llamas de las velas. Yo intentaba calmar mi corazón sin éxito y temía que sus latidos pudieran oírse. Al final de la escalera había un pasillo sin iluminación alguna. Al llegar hasta él, mis ojos fueron atraídos por un resplandor blanquecino proveniente de una de las habitaciones. Entré en ella muy despacio y lo primero que vi fue un enorme ventanal a través del cual brillaba la luna llena. Junto a él había un piano vertical ricamente tallado. En cuanto lo vi, un sonido muy suave comenzó a sonar distantemente en mis oídos. Miré a mi alrededor y noté que una parte de la habitación estaba muy oscura, pero no pude prestar mucha atención a este detalle, pues el sonido comenzó a hacerse más y más fuerte hasta el punto de desviar mi atención hacia el piano. Había algo en su interior. Me acerqué a él y abrí la tapa. Observé una pequeña caja de madera negra con una inscripción que manifestaba: “La muerte nos ha separado y ha recibido mi ayuda. Pero jamás me arrepentiré, pues en medio de mi locura, tu música es la cura que me brinda tu corazón  y  la fuente de toda mi inspiración.” El sonido se convirtió en un fuerte latido al tiempo que yo abría la caja para luego dejarla violentamente dentro del piano otra vez. Respiraba profunda y agitadamente y la sangre corría por mis venas como un caudaloso río. En ese momento, surgió entre las sombras el hombre enmascarado, sus ojos clavados en los míos me hicieron retroceder aterrorizada hasta un rincón. No obstante, el hombre se dirigió a su piano, se sentó y comenzó a tocar. Las primeras notas eran lentas y distantes, pero a medida que el volumen aumentaba, ese latido del interior del piano era cada vez más fuerte y claro. Yo pude sentir cómo mi propio corazón se acoplaba con ese sonido. La música se volvió más intensa, fusionándose con la luz de la luna llena y haciendo que mis ojos se cerraran. Entonces un torrente de recuerdos que no eran míos entraron en mi mente a través de la música. Pude ver con los ojos de ese hombre cómo había tomado el puñal y consumado el peor de los crímenes.
   Lloré horrorizada mientras la música inundaba el ambiente. Los acordes que sonaban eran los más trágicos y amargos que jamás había escuchado. El hombre parecía sufrir con cada tecla que tocaba, como si cada uno de esos sonidos fuera una puñalada.
   Finalmente, la música y los latidos se unieron en un increíble sentimiento de culpa, amor y locura, antes de disminuir su volumen hasta silenciarse por completo. El hombre permaneció un momento inmóvil, encantado con su temible obra. Luego se desplomó sobre el piano. El hombre estaba muerto, luego de haber compuesto la obra más aterradora del universo. Y dentro del piano descansaba su única fuente de inspiración, carente de vida al fin: el desdichado corazón de la mujer que él había amado.

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