martes, 18 de junio de 2013

Rito futbolero - Por Enrique Spinelli

Con mi Viejo tenemos un rito desde siempre: todos los domingos, que también han sido sábados, nos juntamos a ver los partidos de San Lorenzo. La ceremonia fue cambiando en la búsqueda de mejores resultados, hasta que finalmente adoptamos la combinación que nos permitió ascender en el 82: empanadas de M&P, Coca-Cola en envase de vidrio y helado de Gianelli. Algunas temporadas, aún desplazándonos fuera de nuestros dominios, nos costó conseguir algunos de estos suministros, y tuvimos que reemplazarlos. Esta es la única causa de algunos nefastos partidos, como cuando tomando coca-cola en envase pet no logramos impedir el 0-4. El trasvasado a botella de vidrio nunca funcionó.
Estoy seguro que mi viejo me hizo de San Lorenzo, pero creo que yo luego lo mantuve cuervo; y en gran parte por esta comunión de empanada semanal. Es un rito que mi viejo parecía disfrutar conmigo, que a mi me encantaría disfrutar con mis pibes y que me gustaría observar en mis nietos.
El rito tenía mucho de liturgia, mucho de obsesión, algo de oscurantismo, pero nada de secreto. Todos en la familia conocían de esta ceremonia y mi esposa tomaba como algo natural, que yo viajara todos los domingos de Balcarce a Mar del Plata a visitar a mi papá. Así, en una época viajé religiosamente todos los domingos que pasaba religiosamente encamado con una morocha amiga. Con ella pasaba domingos sin tristeza, sin angustia, sin presión. El mundo terminaba en ese departamentito de Colón, que no podía atacarme y hasta me contenía. Por momentos hasta me creí feliz.
Esa tarde dominguera transcurría como siempre, con intervalos de actividad y de calma. Llegada la nochecita me acordé de mi viejo y me inundó la angustia, como si toda la tristeza de domingo se concentrara en un instante y en mi pecho. Viejas tardes de partido me pisoteaban todas juntas. En un momento la angustia fue tan grande, tan desesperante que necesitaba aire, necesitaba salir y le dije: -Negra, es tardísimo, me voy a tener que ir, mi mujer puede sospechar. Me abre la puerta de abajo, doblo la esquina y empecé a correr, y corrí, como un perro que escapa, como un matungo que necesita sudar la falopa que tiene encima, como un toro que quiere enfrentarse a si mismo ...y corrí, y corrí y corrí y no me calmaba.
Corrí 10 cuadras, 15, corrí 17 y llegué. ¡Llegué Viejo, llegué!, ¿Ya empezó? -Está por arrancar, agarrá de humita que están buenísimas. -¡Excelente! No sabés Viejo, ¡puta madre casi no llego! ¡Se rompió el micro

1 comentario: