martes, 18 de junio de 2013

PÁGINA DEDICADA A ÁLVARO YUNQUE

Alvaro Yunque, seudónimo de Arístides Gandolfi Herrero, nació en la ciudad de La Plata. Perteneció a los escritores de la generación del '22. Colaboró en el diario anarquista La Protesta y dirió el suplemento literario del periódico socialista La Vanguardia, la Revista Rumbo y fue colaborador de las revistas Campana de Palo, Claridad y Los Pensadores.
Su primer libro, Versos de la calle, fue elogiado por Roberto Payró 
También publicó Nudo Corredizo, La O es Redonda y Poemas Gringos, colaborando en la revista Caras y Caretas. Es censurado por la dictadura militar, quien prohíbe y quema sus libros. Tenía entonces 88 años.
Muere a los 92 años en la ciudad de Tandil, Pcia. de Buenos Aires, silenciado por la dictadura militar.
Para quienes quieran investigar más sobre su obra les recomendamos visitar su sitio web: www.alvaroyunque.com.ar



Los súbditos

Animalia estaba gobernada por un rey loco: un león.
Los súbditos soportaban su opresión y sus caprichos.
Pero, una vez, un herbolario extranjero, un topo, paseando por Animalia, dio al rey loco un cocimiento de yuyos. Y éste volvió a la cordura. Como tal comenzó a gobernar.

Los súbditos, diciendo de que su rey se había vuelto loco, lo destronaron.


La obra maestra

El mono tomó un tronco de árbol, lo subió hasta el más alto pico de una sierra, lo dejó allí, y cuando bajó al llano, explicó a los demás animales:
- ¿Ven aquello que está allá? ¡Es una estatua, una obra maestra! La hice yo.
Y los animales, mirando aquello que veían allá en lo alto, sin distinguir bien qué fuere, comenzaron a repetir que aquello era una obra maestra. Y todos admiraron al mono como a un gran artista. Todos menos el cóndor, porque el cóndor era el único que podía volar hasta el pico de la sierra y ver que aquello sólo era un viejo tronco de árbol. Dijo a muchos lo que había visto, pero ninguno creyó al cóndor, porque es natural en el ser que camina no creer al que vuela.

LA AUTORIDAD ESTETICA

En este país, el que no tiene título debe
estar dando examen continuamente. 
ROBERTO PAYRO

El cuervo, que regresaba de las cercanías de una gran ciudad, dijo a las aves del bosque:
- ¿No han oído ustedes hablar del ruiseñor? Sí; todos habían oído. (Hasta aquel bosque de América había llegado la fama del gran cantor europeo. Los gorriones la habían llevado.) Las aves empezaron a hacer el elogio del ruiseñor, maestro de cantores. El cuervo dejó que se cansaran de elogiar al ruiseñor. Que cada cual, para exhibir erudición en materia de canto, diese detalles sobre la dulzura de su voz, sobre el modo de abrir el pico, sobre el árbol en que prefería posarse para cantar. También discutieron. Cuando ya estaban por callarse, el cuervo dijo:
- Yo, en la ciudad, fui discípulo del ruiseñor. Todas las aves lo contemplaron con admirado asombro. Prosiguió el cuervo:
-Yo tengo el título de maestro que el ruiseñor me dio en su academia.
- ¿Tiene título? - exclamó interrogante el ingenuo chingolo.
- ¿Por qué no nos canta algo, maestro? - pidió, casi suplicando, la calandria.
- ¡Oigan! - anunció el cuervo. Y lanzo, largo, penetrante y horripilante, su acostumbrado graznido.

Al terminar, miró a su estupefacto concurso. A todas las aves aquello les había parecido una horrible serie de consonancias; pero comenzaron a elogiar el canto del cuervo. ¡Era discípulo del afanado ruiseñor! ¡Tenía título de su célebre academia! ¿Cómo exponerse a pasar por ignorantes? Quizá les había parecido un horrible graznar el canto del cuervo, sólo porque ellas no comprendían. ¡Era discípulo del ruiseñor! Y todas las aves del bosque se disputaban el más férvido elogio para adornar con él al cuervo graznador: el crispín, el boyero, el cardenal, el chingolo, el churrinche, el jilguero, el mirlo, el canario. Hasta la calandria. ¡Era discípulo del ruiseñor!

EL DERECHO

En el gallinero había entrado una gallineta. El gallo era flojo y la vivaz ave, sin resistencia, se impuso a la cobardía habitual de las gallinas. Una de éstas puso un huevo, y no bien se alejó del nido anunciando
tan fausta solemnidad, la gallineta se echó sobre él y lo devoró. La gallina protestó inútilmente, porque el gallo era flojo y no había quién hiciese justicia.
Otra, y otra, y otra vez ocurrió lo mismo. Las gallinas protestaban por lo que ellas consideraban una arbitrariedad de la gallineta, audaz y fuerte; pero la injusticia siguió perpetrándose.
Por fin las gallinas callaron. Ponían, pero ya no protestaban porque la gallineta se comiese sus huevos.
Llegó una nueva gallina. Puso. La gallineta le devoró el huevo. La gallina protestó, y las otras fueron las encargadas de explicarle:
- En este gallinero se pone para la gallineta.
- Los huevos son de la gallineta.
La rebelde calló, resignada a acatar la costumbre, ley que el bruto no osa violar porque el bruto no intenta comprender. Y la gallineta siguió devorando los huevos, que ahora se le cedían como si fuese natural que las gallinas pusieran para ella. Nadie le negaba tal derecho, porque todos habían olvidado que
comenzó siendo una injusticia. Pero una injusticia hecha costumbre es un derecho.


Remedio 

A la corte del tigre, señor de las selvas, llegaron algunos animales sabios huidos de un circo ambulante.
Las costumbres de la corte eran crueles. El zorro, cortesano del tigre, quiso alarmar a éste:
-Quizás las costumbres de la corte lastimarán la sensibilidad de los animales sabios...
-Tenés razón respondió el tigre-. Es necesario impedir que les ocurra esto a los animales sabios.
Y los expulsó de la selva.

CABALLEROS

Se pusieron a jugar dos monos fulleros, tan hábiles jugadores que
debieron resignarse a jugar honradamente.

UN GRAN ZORRO

La zorra vieja: - Nietos míos: podéis vanagloriaros de ser nietos del
más astuto de los zorros. Tan astuto era que, en vez de andar con
otros zorros, se hizo camarada de los corderos. Porque él decía:
"El verdadero pillo nunca anda con pillos...”
Bien es cierto que el abuelo había nacido en un jardín zoológico, y
vivido toda su juventud escuchando a los hombres.

ANÉCDOTA EN EL ZOOLÓGICO

Exclamó el cóndor:
- ¡Soy un cóndor!
Y la turba de aves, ofendida, se dijo:
. ¡Vanidoso!
Un pato exclamó:
- ¡Soy un pato!
Y la turba de aves, satisfecha:
-¡Qué modesto!

LOS DEBILES

El Pombero es un dios de las regiones que fueron del imaginativo guaraní. Tiene forma humana, aunque es proteico y puede aparecer ya en forma de ave como de tigre u otros pobladores de la selva. Generalmente se le ve como un hombre alto, rojo, velludo, tocado con un gran sombrero de paja. Si sale de día, lo hace a la hora de la siesta, a raptar niños; pero es un ente nocturno y poderoso, no solamente por su fuerza y astucia, sino porque es capaz de transformarse, o hacerse invisible y transformar y hacer invisible a los demás.
Una noche se hallaba el Pombero descansando al pie de un árbol, cuando oyó a dos vizcachas que, conversando, se lamentaban doloridamente.
Decía una:- ¡Triste destino el nuestro! ¡Siempre huyendo, siempre temiendo caer en las garras del zorro!
Y la otra: - ¿Por qué no tenemos garras y dientes como otros animales, por qué somos débiles, por qué estamos condenadas a vivir temblando por cualquier ruido? ¡Esto es injusto!
- ¡Si un dios se compadeciese de nosotras y nos transformara en tigre!  suspiró la primera.
- Yo pido menos aún  gimió la otra -, con que me convirtiese en zorro me conformaría.
El Pombero intervino: - No se lamenten más, infelices vizcachas, yo me compadezco de ustedes y con mi poder de dios, voy a convertirlas en lo que desean ser: a una en zorro y en tigre a la otra. Con su bastón de caña trazó el Pombero círculos y espirales sobre la cabezada una de las azoradas vizcachas, la tocó en el hocico y quedó transformada en zorro. Iba a repetir la ceremonia para convertir a la otra en tigre. No tuvo tiempo: la recién convertida en zorro ya la había degollado de un tarascón y huía con ella, a devorársela.


TRISTEZA DE PERRO

Yo - ¿Por qué mientras me lames la mano con la que te acabo de dar de comer, pones esos ojos tan tristes?

Mi Perro - Estoy pensando… estoy pensando que un hombre, cuando sabe hacer de perro, llega a rico. Y un perro, cuando mucho, sólo consigue comer todos los días.

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