Y te pierdes madre en una voz grabada
en la piedra.
Diamantes tréboles piques y corazones,
la distinción de las heridas
-otra palabra oscura,
alargada, como las huellas de
cigarro en la madera.
Y la voz suena en los silencios del piano
y el piano responde en los silencios de la voz,
quemada en la última negrura,
pintada en el piso de parquet
la alargada herida del fuego del vicio
prohibido en Madrid, en París, en Buenos Aires,
y el vicio de oírte también.
Las jugadoras son raras solitarias
fuman tabaco, duermen de día,
no cocinan torrejas ni cazuelas.
Y ¿cómo vienes madre a aplaudir
como aplauden en el campo insistentes
ante la puerta del otro lado?
¿Cómo me pides que te abra
de este lado, si ando como gata
y un cigarro y otro?
El idéntico ahogo en el hueco
de una pisada en la nieve.
De “Heridas de Póker”, ediciones del Dock
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