La noche era el peor momento del día. Se bañaba en
oscuridad, no había nada peor que eso...
La oscuridad era el lugar donde las sombras podían venir a atacar. Ellas
no tenían por qué esconderse pero yo sí. Para combatirlas, mantenía todas las
luces encendidas. Debía sobrevivir hasta la mañana siguiente, para así poder
volver a ver a mamá y salir al patio a jugar.
Una noche mamá me retó por mantener la luz encendida. Ella
trabajaba mucho para cuidar de los dos y no podíamos darnos ese lujo. Así que
tuve que enfrentarme a mis miedos.
Fue espeluznante: podía percibir en la oscuridad el
movimiento, podía sentir como me paralizaba; no podía moverme, aún estando
consciente. Dejé que mi edredón de plumas me solapara, con la esperanza de que
la salida del sol se apresurara.
Un entrecerrar de ojos, y
mi madre estaba junto a mí. Ya era de mañana, y su rostro lucía una
preocupación apenas disimulada. Me dijo
que me había oído llorar y gritar. Por supuesto, no era la primera vez.
Solución desesperada: una historia amable y valiente, que me diera el coraje de
querer volver a soñar antes de dormir.
Esa noche, estaba en mi cama, y mi madre junto a mí
sosteniendo un libro. La historia trataba de la lucha contra las sombras; era
el cuento indicado para mí. El héroe se adentraba a un mágico mundo cada vez que se cubría con su acolchado de
plumas. Las plumas contorneaban las
figuras bañadas en tinta de aquellos seres que se paseaban como fantasmas en
nuestra realidad nocturna, en una realidad sumergida en sueños. No hay nada que
temer, entendía el héroe; sólo son sombras que quieren no sentirse solas, que
tienen una verdad que decir al viento, pero que no encuentran oídos que quieran
conocer.
Esa noche mi madre se despidió de mí, me dio un beso en la
frente y colocó una vela en el escritorio de mi pieza. Tenía tiempo hasta que
la vela se consumiera para dormir.
Las sombras comenzaron a aparecer. Me escondí debajo del
edredón. Pude ver desde la suavidad que me acobijaba las verdaderas figuras de
aquellos seres que me hacían temblar, eran animales, personas, criaturas
viajando en un mundo distinto colisionando con el real, aunque para ellos su
mundo también es el real. Encontraron mis ojos observándolos. No todos podían
verme, pero sí percibían la luz cálida que mi ser infantil irradiaba como una
antorcha en ese mundo umbrío.
Siempre estuve rodeado de las sombras, pero mi temor no me
había permitido mirarlas con otra cara que no fuera la del pavor. Pero ahora
sabía que sólo necesitaban ser
escuchadas. Inhalé profundo y me dejé llevar por sus historias entintadas. Mis
ojos ahora no veían lo que antes, aunque estaban abiertos no veían. Yo era el
héroe que esperaba ese mundo que se me aparecía ahora tan mágico, tan pacífico, tan distinto a como siempre creí sería,
el mundo fantasmagórico. Arropado en un edredón de plumas, aquí parecía un
manto de algodón de azúcar, la capa del héroe que necesitaban esas sombras sin
armonía.
Todo está bien. Todo hasta se torna espléndido ahora en este
mundo de ensueño. Excepto por una cosa: algo que he estado oyendo desde hace un
rato… lo distingo…lo siento… Es el llanto de alguien que amo. Su sollozo me
llega nítido, como su extraña calidez. Una sombra se desprende de las demás.
¿Mamá?
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