sábado, 28 de mayo de 2016

Apuntes para una historia del disparate: La teoría de las piedras vivas Por L.M.

       Durante el siglo XVI varios científicos europeos se dedicaron con paciencia al estudio y a la observación de las piedras. Y algunos de ellos llegaron a conclusiones completamente disparatadas, o por lo menos, que hoy parecen disparatadas. El médico y filósofo italiano Girolamo Cardano (1501-1576) dedicó buena parte de su vida a examinar minuciosamente distintas piedras. Y una de las cosas que más le llamaron la atención fue que muchas de ellas tenían diminutas cavidades, poros, finos túneles y rayas borrosas. ¿Y a qué conclusión llegó? Bueno, dijo que esos detalles revelaban formas muy simples de aparatos digestivos. A partir de esa observación, podían deducirse tres cosas: que las piedras eran seres vivos, que comían y que crecían.

LAS "PIEDRAS VIVAS"

Cardano y sus seguidores pensaban que la vida y la estructura de las piedras era parecida a la de las plantas: las piedras crecían gracias a la absorción de nutrientes a través de poros y su distribución por conductos; mientras que en los vegetales los nutrientes circulaban por un sistema de canales y cavidades.
El naturalista francés Jean Baptiste Robinet (1735-1820) no sólo compartía las ideas de Cardano, sino que iba mucho más allá: aseguraba que las piedras tenían un complejo sistema de órganos vitales internos que les permitía filtrar, destilar y transportar el alimento a todas las partes de su "cuerpo". Y eso no es iodo: Robinet llegó a decir que cuando las piedras no comían, "se debilita ban y sufrían mucho".
En realidad, Cardano no fue el primero al que se le ocurrió el asunto de las "piedras vivas". Muchos autores de ia antigüedad también decían que las piedras eran seres vivos, muy primitivos, y que nacían de semillas o de los relámpagos. E incluso, y tal como lo planteaba el filósofo griego Aristóteles (384-322 a.C), muchos creían que las piedras nacían en la superficie de la Tierra, o en su interior, a partir del calor o de la influencia del Sol y los demás astros.

EL SEXO DE LAS PIEDRAS

Si las piedras eran seres vivos, también podía pensarse que debían reproducirse de algún modo. Al fin de cuentas, si los animales y las plantas se reproducían, ¿por qué no las piedras? Y que por lo tanto, tenía que haber piedras masculinas y piedras femeninas. Así pensaba, hace 2300 años, el filósofo griego Teofrasto (327-287 a.C), y así lo escribió en su voluminosa obra "Historia de las piedras". Lo mismo sostuvo Plinio, un escritor romano que vivió durante el siglo I, y que se dedicó con gran entusiasmo al estudio de la naturaleza: según él, las piedras "masculinas" se distinguían porque tenían una raya que las atravesaba, más gruesa que las piedras "femeninas".
Mucho más cerca en el tiempo, encontramos la opinión del naturalista inglés John Mandeville, que vivió durante el siglo XVI. Para él, "la unión de los dos sexos en los minerales lleva a la creación de nuevos individuos, al menos en el caso de los diamantes".

CONFUSIÓN CON FÓSILES

Algunas veces no sólo se trataba de interpretaciones apresuradas y bastante fantasiosas, sino de simples confusiones: muchas de las "piedras" a las que se referían los autores de la antigüedad, eran fósiles. Así, por ejemplo, los antiguos pensaban que las Glossopetras, unas supuestas piedras chatas y triangulares, crecían en el aire y caían a tierra durante las tormentas. Hoy en día sabemos que, en realidad, las Glossopetras son simples dientes fosilizados de tiburones. En esta línea de confusión cayó también Plinio: lo que él creyó que eran "piedras masculinas y .femeninas", eran simples restos fósiles de distintos crustáceos.


Extraído de la revista Cabal, febrero de 1999

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