Las cosas viejas, tristes, desteñidas,
Sin voz y sin color, saben secretos
De las épocas muertas, de las vidas
Que ya nadie conserva en la memoria,
Y a veces a los hombres, cuando inquietos
Las miran y las palpan, con extrañas
Voces de agonizantes, dicen, paso,
Casi al oído, alguna rara historia
Que tiene oscuridad de telarañas,
Son de laúd y suavidad de raso.
Colores de anticuada miniatura,
Hoy, de algún mueble en el cajón, dormida,
Cincelado puñal, carta borrosa,
Tabla en que se deshace la pintura
Por el tiempo y el polvo ennegrecida,
Histórico blasón, donde se pierde
La divisa latina, presuntuosa,
Medio borrada por el liquen verde,
Misales de las viejas sacristías,
De otros siglos fantásticos espejos
Que en el azogue de las lunas frías
Guardáis de lo pasado los reflejos;
Arca, en un tiempo de ducados llena,
Crucifijo que tanto moribundo
Humedeció con lágrimas de pena
Y besó con amor grave y profundo;
Negro sillón de Córdoba, alacena
Que guardaba un tesoro peregrino
Y donde anida la polilla sola,
Sortija que adornaste el dedo fino
De algún hidalgo de espadín y gola,
Mayúsculas del viejo pergamino,
Batista tenue que a vainilla hueles,
Seda que te deshaces en la trama
Confusa de los ricos brocateles,
Arpa olvidada que al sonar, te quejas;
Barrotes que formáis un monograma
Incomprensible en las antiguas rejas,
¡El vulgo os huye, el soñador os ama,
Y en vuestra muda sociedad reclama
Las confidencias de las cosas viejas!
El pasado perfuma los ensueños
Con esencias fantásticas y añejas,
Y nos lleva a lugares halagüeños
En épocas distantes y mejores;
¡Por eso a los poetas soñadores
Les son dulces, gratísimas y caras,
Las crónicas, historias y consejas,
Las formas, los estilos, los colores,
Las sugestiones místicas y raras
Y los perfumes de las cosas viejas!
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