Era noche, cándidas, flotantes,
las nubes discurrían por los cielos
salpicados de estrellas, como velos
bordados de topacios y diamantes.
Los rayos de la luna, fulgurantes,
plateaban las lagunas y arroyuelos
que entre pliegues de verdes terciopelos
movían sus caudales murmurantes.
Crucé el jardín con paso cauteloso
hollando margaritas, que un quejido
exhalaban, heridas en su tallo.
Distinguí su vestido vagaroso,
me acerqué, me abrazó, lanzó un gemido
porque al besarla yo le pisé un callo.
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