A la sombra de un árbol empinado
Que está de un ancho valle a la salida,
Hay un pequeño arroyo que convida,
A beber de su líquido argentado.
Allí fui yo por mi deber llamado
Y haciendo altar de tierra endurecida
Ante el sagrado código de vida
Extendidas mis manos he jurado:
Ser enemigo eterno del tirano,
Manchar si me es posible mis vestidos
En su execrable sangre, por mi mano,
Derramarla con golpes repetidos,
Y morir a las manos de un verdugo,
Si es necesario por romper el yugo.
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