sábado, 24 de agosto de 2019

UNA VENGANZA DE FACUNDO QUIROGA Del libro “Del tiempo de ñaupa” de Rafael Cano



    El general Quiroga, dueño absoluto de los llanos, donde el paisanaje le profesaba veneración, en una de sus incursiones por la capital incorporó a sus tropas a un joven riojano, adversario político suyo y novio de la señorita Rincón.
Días más tarde ese joven desertó del campamento, por lo   que   fue   detenido   y   ejecutado   por  orden   del   general Quiroga.
La  triste noticia  se difundió rápidamente,  siendo  la última en conocerla la señorita Rincón.
Desde ese momento, ella vistió de luto y dedicó sus días a llorar en silencio la muerte de su prometido.
En esos años de guerra y delaciones no se tenía derecho a expresar una protesta contra el caudillo, por lo que la señorita Peregrina Rincón alimentaba secretamente un incontenible rencor hacia el verdugo de su dicha. .
. El 23 de junio de 1829 se libró en Córdoba la batalla de La Tablada, en la cual el general José María Paz se impuso en forma decisiva al Tigre de los Llanos.
No obstante la falta de buenos caminos y medios de transporte rápidos, la noticia de la derrota se supo al día siguiente en la ciudad de La Rioja, porfiándose en que el general Quiroga había muerto en la refriega. ..
Ante el asombro de propios y extraños, se vio cubiertos de flores los balcones de la familia Rincón y a su dueña que, ataviada con sus mejores galas, recorría los domicilios de sus amistades invitando al baile en que celebraría tan fausto acontecimiento.
A las diez de la noche se inició la danza en el gran patio familiar, con nutrida concurrencia... A las tres de la mañana, el baile se hallaba en su mayor animación; la dueña de casa obsequiaba a sus invitados con ricos vinos de la tierra, dulces, canelones y rosquetes.
Mientras tanto, perdida la batalla, el general Quiroga sólo pensó en el desquite, pero para ello se trasladó precipitadamente en busca de refuerzos a su ciudad natal, procurando así adelantarse a la noticia de la derrota...
Cuál no sería su sorpresa al enterarse de que ya se conocía el resultado de la batalla y que sus adversarios festejaban con un baile nada menos que su muerte.
Sin vacilar, encaminóse a la casa de la señorita Rincón.
Desmontó a pocos metros de distancia, y después de entregar las riendas de su caballo a los ayudantes, avanzó resueltamente.
Vestía chambergo negro de alas anchas, chaquetilla militar, bombachas, botas y espuelas. Deliberadamente dejó también su sable y pistolas y como única arma esgrimía su talero con cabo de plata.
Para evitar ser reconocido en el baile, echóse sobre la frente el ala de su sombrero y penetró por el zaguán hasta el patio, tomando asiento sin que fuera advertida su presencia. El bullicio y la animación reinantes contribuyeron para que no se reparara en aquel extraño convidado que permanecía silencioso. Los concurrentes, en cambio, no escatimaban las críticas a su actuación, censurando agriamente los robos y asesinatos cometidos por él durante su larga carrera.
En esas circunstancias, el doctor del Moral invitó a la señorita Peregrina Rincón a bailar una zamba, celebrando la muerte del tirano riojano.
Estas palabras enardecieron a los concurrentes, que empezaron a aplaudir con entusiasmo.
Quiroga presenciaba inmóvil aquellos desbordes de alegría, aunque entre los bailarines se hallaban varios a quienes había dispensado favores y consideraba amigos.
Al finalizar la primera vuelta de la zamba y cuando todos gritaban, al uso regional: “Una sin otra no vale”, Quiroga no pudo aguantar más y en actitud de desafío se adelantó hacia el centro del patio.
En alta voz, como cuadraba a su temple varonil, exclamó: “A todos ustedes debería correr a latigazos, pero no son dignos". Y observando el efecto que su presencia había causado, agregó: “¡Cobardes, ahora continúen el baile en honor mío!”.. . Ya se retiraba, cuando la señorita Rincón le interceptó el paso, gritándole: “¡Así me vengo yo de un asesino y verdugo de mi dicha!...”
El general Quiroga arrió su sombrero y sonriendo ligeramente, replicó: “Siento mucho, señorita, que sea mi enemiga, porque con mujeres como usted me sería fácil la revancha. . .”
Tras una breve inclinación de cabeza salió a la calle, donde le esperaban impacientes sus ayudantes.
En el silencio de la noche se oían ya lejanas las pisadas de los caballos, pero, sin embargo, los concurrentes al baile permanecían inmóviles y como clavados en el suelo por el terror.

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