No desprecies al pobre: tú no sabes cuan pronto puedes correr su misma suerte.
No desprecies al contrahecho: sus defectos no han sido buscados por él, y no debes añadir tu insulto á su desgracia.
No desprecies á ninguna criatura: la más insignificante es obra de tu Creador.
El Rabino Eliezer, al volver de la residencia de su amo á su lugar natal, estaba altamente engreído con los grandes conocimientos que había alcanzado. En su camino encontró una persona singularmente desproporcionada y contrahecha que viajaba hacia la misma población. El extranjero le saludó diciéndole:
—La paz sea contigo, Rabino.
Eliezer, orgulloso de su sabiduría, en lugar de devolverle el saludo, reparó solamente en la deformidad del viajero, y en tono de burla le dijo:
—¿ Raca, son todos los habitantes de tu pueblo tan contrahechos como tú?
El extranjero, admirado por la falta de modales de Eliezer, y provocado por el insulto, replicó:
—No lo sé; pero sería mejor que hicieras esta pregunta al gran Artista que me ha hecho.
El Rabino comprendió su error, y apeándose de su cabalgadura, se arrojó á los pies del desconocido, rogándole que le perdonase la falta cometida por su corazón vanidoso, la que sentía sinceramente. —No—dijo el desconocido;—ve primero al Artista que me ha hecho y dile: ¡ Oh gran Artista, qué horrible ser has producido !
Eliezer continuó en sus ruegos, y el extranjero persistía en su negativa. Entre tanto llegaron á la ciudad natal del Rabino. Los habitantes, enterados de su llegada, acudían en grupos á recibirle exclamando:
—¡ La paz sea contigo, Rabino! ¡ Bien venido seas, maestro!
—¿A quién llamáis, Rabino?—preguntó el extranjero.
El pueblo señaló á Eliezer.
—¡Ya éste honráis con el nombre de Rabino!—continuó el pobre hombre.—¡ Oh Israel, no produzcas muchos que se le asemejen!
Y contó lo que le había sucedido.
—Ha hecho mal; él lo conoce—dijo el pueblo.—Perdónale, pues es un grande hombre, muy versado en la Ley.
El extranjero le perdonó, haciendo notar que su larga negativa no había tenido otro objeto que hacer comprender bien su falta al Rabino. El sabio Eliezer le dio las gracias; y mientras exponía al pueblo su propia conducta como un ejemplo, justificaba el proceder del extranjero, diciendo, que si bien una persona debe ser siempre flexible como una caña y no tenaz como un cedro, el insultar la pobreza ó los defectos naturales no es ofensa venial; sino que, por el contrario, es una de las qué no cabe esperar sea perdonada fácilmente.
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