sábado, 14 de mayo de 2016

MAXIMAS DE ROCHEFOUCAULD

Francisco, Duque de La Rochefoucauld, Príncipe de Marcillac, ilustre cortesano y literato francés, nació en París el 15 de Septiembre de 1613. A los diez y seis años entró en el ejército, y durante algún tiempo permaneció en la Corte. Murió en París el 17 de Marzo de 1680. Su celebridad literaria se funda en sus «Reflexiones, ó sentencias y máximas morales» y en las «Memorias de la Regencia de Ana de Austria» (publicadas subrepticiamente en 1662), en las cuales da cuenta, de un modo sencillo pero magistral, de los acontecimientos políticos de su tiempo.

-El deseo de aparentar que somos personas de mérito nos priva a veces de serlo.

-Hay personas débiles que conocen su propia flaqueza hasta el punto de saber aprovecharse de ella.

-A pocos hombres es dado conocer todo el mal que hacen.

-A veces tendríamos que avergonzarnos de nuestras mejores acciones, si conociese el mundo la causa que las ha motivado.

-Se necesita la misma habilidad para poner en practica un buen consejo, que para obrar por propia iniciativa.

-Podemos dar consejo, pero no conducta.

-Nunca nos ponen tan en ridículo las cualidades que tenemos, como las que afectamos tener.

-Hay en la aflicción varias clases de hipocresía: lloramos para adquirir fama de sensibles, para que nos compadezcan, para que lloren por nosotros y para evitar el escándalo de no llorar.

-Llegamos novicios a las diferentes edades de la vida, y faltos de experiencia, aun cuando hayamos estado muchos años para lograrla.

-Juzgamos las cosas de una manera tan superficial, que las palabras y acciones mas comunes, dichas y hechas de una manera agradable, con algún conocimiento de lo que ocurre en el mundo, alcanzan, a veces, un éxito superior al de las inteligencias privilegiadas.

-Cuando los grandes hombres se dejan dominar por la magnitud de sus padecimientos, descubren que lo que los sostenía era el poder de su ambición, y no el de su entendimiento.

-Descubren también que, si los héroes se desprenden de una parte de su vanidad, son exactamente iguales a los demás hombres.

-Los que se dedican demasiado a las cosas pequeñas, se hacen, por lo general, incapaces de las grandes.

-Pocas cosas hay que sean impracticables por sí mismas; las mas de las veces los hombres no logran un éxito franco, antes por falta de aplicación que por carencia de medios.

-Nos es más grato el trato de aquellos que nos deben beneficios, que el de aquellos de quienes los hemos recibido.

-A todo el mundo le gusta corresponder a los favores sin importancia; algunos llegan a reconocer los que la tienen relativa; pero difícil será hallar uno siquiera que no pague con la ingratitud los mayores beneficios.

-En la adversidad confundimos, a veces, la debilidad con la firmeza; la sufrimos, sin atrevernos siquiera a mirarla, como los cobardes se dejan matar sin resistencia.

-Los seres despreciables son los únicos que temen el desprecio.

-Los crímenes que sólo conocemos  nosotros,  fácilmente los olvidamos.

-La perfidia y la traición son hijas de la falta de capacidad.

-Es tan fácil engañarnos a nosotros mismos, sin que nos demos cuenta de ello, como difícil engañar a los demás sin que se enteren.

-Somos menos desgraciados a veces cuando nos engañan los que amamos, que cuando nos dicen la verdad.

-Antes de desear una cosa con vehemencia deberíamos averiguar si el que la posee es feliz con ella.

-Si conociéremos a fondo algún objeto nunca lo desearíamos con pasión.


-El hombre que no siente satisfacción en sí mismo, excusado será que la busque en otra parte.

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