Ocupaba el rey Felipe II a Jácome de Trezo en la delicada fabricación de instrumentos científicos, sin que nunca se acordara de pagarle cuarenta ducados que le debía. En estas circunstancias, quiso un día el monarca que le arreglase unos relojes, y le envió a decir que le viese a las tres de la tarde. No fue Jácome aquel día, ni al siguiente, por lo cual, furioso el monarca, ordenó a un criado que fuese por él y se lo trajese de grado o por fuerza. Cumplió puntualmente el encargo el servidor, y cuando el rey vio al artífice, le dijo:
-¿Qué merecí; el criado que no acude cuando le llama su señor?
-Pues que se le pague -respondió Jácome, -y se le despida.
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