Sobre valles, vergeles y praderas,
Sobre las escarpadas cordilleras,
Sobre los lagos, sobre el mar sonoro,
Sobre las nubes y los astros de oro,
Más allá de los límites del cielo,
Más allá de las últimas esferas,
Extiende audaz mi espíritu su vuelo.
Y cual buen nadador, que sin recelo
Se abandona al vaivén que lo acaricia,
Surca tranquilamente
La inmensidad con varonil delicia.
Alma mía doliente,
Deja detrás el corrompido ambiente;
Sube a purificarte a las alturas;
Bebe la luz, en ellas extendida,
Cual divino licor de linfas puras.
¡Feliz aquel que, de la triste vida,
De brumas siempre llena,
Con las alas del águila atrevida,
Logra volar a la región serena!
¡Feliz quien su exaltado pensamiento
Todos los días, al brillar la aurora,
Eleva al firmamento,
Cual matinal alondra voladora,
Y al cernerse entre claros resplandores,
Comprende sin esfuerzos y sin dudas
El misterioso idioma de las flores
Y de las cosas mudas!
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