De bulliciosos céfiros cercada,
La rubia trenza suelta, y adornada
Por sacras manos de la misma Plora.
Ya veis su blanco rostro, que enamora;
Su vista alegre y sonreír que agrada;
Su hermoso pecho, celestial morada
Del corazón á quien el mío adora.
Oís su voz y el halagüeño acento,
Y al ver y oír que sólo á mí me quiere
Con envidia miráis la suerte mía.
Mas si vierais el mísero tormento
Con que mil veces su rigor me hiere,
La envidia en compasión se trocaría.
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