Érase un cazador, muy sutil pajarero;
fue a sembrar cañamones en un prado lindero
para hacer cuerdas y redes el verano venidero.
La avutarda andaba allí, cerca del sendero.
Dijo la golondrina a tórtolas y pardales
y aún más a la avutarda estas palabras cabales:
«Comed la simiente de estos eriales,
que ha sido sembrada sólo para vuestros males».
Hicieron grandes burlas de lo que ella hablaba;
le dijeron que se fuese, que loca seguro estaba.
Cuando nació la semilla vieron cómo la regaba
el cazador; del cáñamo no las espantaba.
Volvió la golondrina y dijo a la avutarda
que arrancase las matas, que ya estaban altas:
que ése que las riega y que las escarda
por mal de ellos lo hacía, mientras en crecer tardan.
Dijo la avutarda: «¡Loca, tonta, vana,
siempre estás chillando tu locura en la mañana!
No quiero tu consejo. ¡Vete ya, villana!
Déjame en esta vega tan hermosa y tan llana.»
Fuese la golondrina a la casa del cazador,
y allí hizo su nido como supo mejor;
como era un pájaro alegre, muy gorjeador,
le agradó al cazador, que era madrugador.
Recogido ya el cáñamo y hechas ya las trampas,
fuese como solía el cazador de caza;
capturó a la avutarda y la llevó a la plaza.
Dijo la golondrina: «¡Oh, mira lo que te pasa!»
Luego los ballesteros le pelaron las alas,
no le dejaron plumas, salvo chicas y ralas:
Desoyó buen consejo, la muerte la acorrala.
¡Guardaos, doña Endrina, de estas celadas malas!
Que muchos se juntan y forman un consejo
para haceros el mal en trabajo parejo.
Este procedimiento es como el mundo viejo:
igual que la avutarda quedaréis sin pellejo.
Muy bueno, me ayudó bastante en el ejercicio de lengua
ResponderEliminar