sábado, 3 de mayo de 2014

El almirante Brown también sembró... - Por Luis Pozzo Ardizzi

        El glorioso almirante Brown, a quien le debemos la libertad de nuestros mares y ríos en los momentos aciagos en que el país se hallaba en formación, también fue Hombre del Surco...
Una vez que enfundó su espada, sereno y sin agravios, dándole sus anchas espaldas a la maledicencia y a la pequeñez de algunos "grandes hombres" de su época que lo censuraron, se refugió en su quinta de Barracas, en la que le sobraba terreno, y atraído por la noble tarea rural, rindió a ella el tributo de sus últimas energías, buscando en su fecundidad silenciosa, la serenidad espiritual que necesitaba su alma.
Quienes lo vieron trabajar solitario, con el cuerpo aún vigoroso, inclinado sobre la tierra, sudorosa la frente, la nieve de sus canas desafiando al sol, dicen que parecía que en cada golpe de pala sepultaba definitivamente triunfos, glorias, infortunios y sinsabores, amortajándolos con una filosófica sonrisa que de vez en cuando apuntaba en sus labios.. .
Allí, en su campo, cultivado por sus manos, tuvo la inmensa satisfacción de recibir la visita del prestigioso almirante brasileño Grenfell, su bravo enemigo en la guerra contra el Brasil y luego jefe naval aliado de Urquiza, quien antes de abandonar las aguas del Plata quiso saludarlo. El almirante Grenfell llegó con su uniforme de gala y sus condecoraciones. Brown lo recibió con un traje civil de faena, sembrando alfalfa.
Grenfell se confundió en un abrazo con el viejo almirante, y con frases emotivas quiso llamarlo a la realidad acerca del balance de su vida:
-"¡Ah, bravo amigo! ¡Si usted hubiera aceptado las propuestas de Don Pedro I, cuan distinta sería su suerte! ¡Porque, la verdad, las repúblicas son siempre .ingratas con sus buenos servidores!”
Ante aquel reproche, el intrépido marino se irguió. En su cara volvió a reflejarse la energía del momento decisivo del combate, y contestó:
-"Señor Grenfell, no me pesa el haber sido útil a la patria de mis hijos. Considero superfluos los honores y las riquezas...cuando bastan seis pies de tierra para descansar de fatigas y dolores”.
Y continuó sembrando.

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