Finalmente, cansado, observó el reloj que estaba colgado arriba de la puerta. Todavía faltaban dos horas de historia. Dos horas de escuchar como el profesor hablaba sobre la revolución rusa. Dos horas de entretenerse con sus pensamientos. Dos horas sin saber qué hacer hasta que vio a la linda y rara chica de ojos color esmeralda que lo tenía curioso desde el principio del año, Sabrina.
Se vestía con sweaters con patrones que hacían que su piel pálida se destacara como si fuera la luna en una noche despejada. Usaba jeans con detalles pequeños como una flor en el bolsillo o unas manchas de tempera seca. Le gustaba verla en las mañanas con su trenza desprolija y sus zapatos rojos. No importaba que se pusiera, ella siempre usaba zapatos rojos, pero no duraban mucho en sus pies, ya que cuando perdía el interés en la clase tomaba un libro y se sacaba los zapatos, quedando descalza con los pies apoyados en el banco de adelante que siempre estaba.
Se dedicó a mirarla por el resto de la hora. Veía como movía su cabeza de un lado al otro mientras, con los pies descalzos en el banco vacío que estaba enfrente de ella, se sumergía cada minuto más en un libro de hojas amarillentas.
Había algo en aquella jovencita que ni él sabía, algo que no lo dejaba sacar la mirada de ella, algo que le daba demasiada curiosidad. Sabrina se iba a la biblioteca de enfrente de la escuela todos los días, pero lo que más lo confundía a Noah era que los viernes se iba desesperada, como si estuviera obligada a llegar a la biblioteca y no había señal de ella hasta el lunes. El resto de la semana se iba calmada pero el viernes era como si fuera un fantasma. No la notabas en clase y se quedaba toda la hora viendo el reloj. No entendía qué hacía cuatro horas en la biblioteca. “Está leyendo. Es obvio”, pensaba Noah, pero la había tratado de seguir varias veces y lo único que hacía era esfumarse antes de que él le pudiera dirigir la palabra.
La seguía y a la vuelta del estante lleno de libros antiguos, ella desaparecía como si nunca hubiera existido. Y luego salía con un fuerte perfume a lavanda y una expresión de melancolía que se podía notar a kilómetros de distancia.
Esa mañana era viernes, sin embargo Sabrina no parecía apurada y menos preocupada. Noah pudo ver como una pequeña lágrima rebelde se le escapaba y antes de que pudiera seguir trazando su camino por la cara de esta, subió su mano y la seco con su sweater de rayas azules.
Noah se preguntó el porqué de esa tristeza poco vista en Sabrina, no obstante antes de que pudiera seguir creando teorías poco probables, el timbre de salida sonó retumbando en todo el salón. Guardó todas sus cosas y decidió ver si Sabrina ya se había ido y en efecto, lo había hecho. Salió inmediatamente por el pasillo. Vio cómo su compañera se acomodaba un gorro de lana azul marino en el umbral de la puerta. Noah trató de apresurarse, pero la chica ya estaba cruzando la calle para ingresar a la vieja biblioteca. Entró él también y tal como pensó, ella ya no estaba. Solo había un rastro de perfume a lavanda que ella usaba todos los días.
Entre otro y muchos suspiros desesperanzados, dio unas cuantas vueltas por la cálida biblioteca. Era el comienzo del invierno y hacia demasiado frio. La biblioteca tenía un calor natural como si te estuviera esperando todo el día para que te des un descanso del cruel frío que te estaba esperando afuera. Fue hacia la sección de libros antiguos y ahí estaba, buscando frenéticamente algún libro en particular. Noah miró como las manos de la chica pasaban desesperadamente por las tapas de estas, esperando encontrar algo en especial. Sin aviso, Sabrina se dio vuelta para mirar a Noah. Tenía los ojos como cataratas. Las lágrimas no dejaban de inundar sus ojos verdes..
Noah dudó en irse o quedarse, pero no le dio tiempo a decidir ya que estaba llorando en su hombro mientras sus brazos se colgaron de Noah como si fuera lo último del mundo. Sabrina lo estaba abrazando con una cantidad inimaginable de, tal vez, melancolía mezclada con amor o, tal vez, desesperanza combinada con soledad. Noah no podía distinguirlo. Luego de unos cómodos minutos, Sabrina se separó de Noah pero los dos sabían que si fuera por los dos podrían estar así toda la tarde. Noah se tomó unos segundo para apreciar el perfume de lavanda que había quedado impregnado en su campera.
- Lo siento mucho Noah - dijo en un susurro que apenas llegó a oír Noah.
- No tienes de que disculparte. Todos tenemos días malos.” - respondió también en un susurro. Sabrina solo le devolvió una sonrisa apagada. Y así se quedaron, los dos en el piso del estrecho pasillo de esa sección.
- ¿Por qué llorabas? - preguntó sincero.
- Porque el invierno está comenzando… Porque hasta la flor más bonita se congela” -dijo suspirando.
- Pero ¿eso no es lo que todas las flores hacen?
- Hay algunas que le gustaría saber cómo es vivir debajo de una nevada liviana.
Con eso Sabrina se levantó pesada, como si le costara levantarse. Noah la siguió, sin saber a dónde iban. Pararon por la sección de libros viejos con páginas amarillas que tanto le gustaban a Sabrina. Tomó un libro de tapa blanca y sonrió con tristeza. Noah no habló, solo dejó que ella hiciera lo suyo.
- Me tengo que ir Noah… Voy a extrañar sentir tu mirada, la lluvia en la ventana, mis pies descalzos, la gente abrazándose, la biblioteca tan cálida como siempre, los libros viejos, como el profesor sonríe cuando respondemos una pregunta exactamente como él quiere, como las nubes ocultan el sol pero aun así hay gente que les gusta un día gris. Los pequeños detalles - aseguró mientras hojeaba el libro y se detuvo en la página veintiocho.
- ¿A dónde te vas a ir?- preguntó con tristeza en su tono.
- A casa - y con eso, Noah escuchó un ruido detrás de él. Giró su cabeza, pero no había nada asique dirigió sus ojos azules a Sabrina y ella no estaba. Solo había un libro en el suelo de color lavanda. Observó a ambos lados para ver si había alguna señal de ella, sin embargo, no vio absolutamente nada. Recogió el libro del piso y lo abrió en la página que estaba ligeramente doblada. Era un libro de poemas. El autor era anónimo y estaba dividido en cuatro partes. Verano, otoño, invierno y primavera. La página veintiocho estaba en el final de invierno con un fuerte perfume a lavanda y Noah se sorprendió al ver un dibujo exacto de Sabrina. Y debajo decía:
“Por qué hasta la flor más bonita se congela… Por qué hasta una lavanda de verano quiere vivir debajo de una nevada”
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