jueves, 4 de julio de 2013

La persistencia de la niebla - Ezequiel Feito

Nada viene a la memoria. La mañana
amanece tan pálida como un secreto,
como una frase intangible que se escurre por el bosque,
como una música maldita,
en el cristal de la casa, en sus grietas
se filtra una humedad imperceptible.
Sin gusto, sin olor, casi sin brillo
como un color cualquiera, que como en sueño
es vaciado por un cántaro quebrado, indefinido,
en un corazón remoto. Las estrellas
juegan en la poco agua que aún queda
y en cada gota que en la carne se oxida.
Nada tiene de ello la memoria mas que el bosque,
un bosque humedecido, verde y fresco
por cuyas hojas habla el sonido de aquella rotura
casi como una plegaria, como un ruego,
como una oración a la sal que desesperada
da vigor al susurro del cántaro en el bosque.
La niebla juega con ellas como con estrellas rotas
que danzan sin cesar en el espacio
quebrando sus cuerpos hasta el monótono cansancio de lo previsible.

El sol seca la mañana, aún la claridad comienza a evaporarse
y la tiniebla angosta un paso hacia el vacío,
hacia el retumbante vacío de lo que fue la niebla.

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