jueves, 4 de julio de 2013

CERTAMEN LITERARIO 2009 “RAÍCES ITALIANAS”, auspiciado por la ASOCIACIÓN ITALIANA FILANTRÓPICA UNIDA DE BALCARCE

2º Premio: Memorias de un inmigrante.Autor María Elena Alí

Italia, año 1903.
En un pueblito de la provincia de Trápani, Buseto Palizzolo, nació Andrés. Él y sus cinco hermanos eran hijos de humildes campesinos, como otros tantos que poblaban esa región.
No era fácil vivir en esos tiempos, dadas las razones de índole económica, quiebra de industrias y la caída de precios que acentuaron la penosa situación que soportaba la mayoría de los habitantes dedicados a la agricultura.
La familia de Andrés desarrollaba su actividad en un pequeño predio de viñedos, trabajando con desmesurado esfuerzo para poder comercializar sus productos y, por ende, vivir dignamente.
Los años pasaron con apremio y en ese ínfimo pedazo de tierra transcurrió la infancia de Andrés. Tenía sólo doce años de edad, precisamente en el año 1915, cuando en Italia estalló la guerra y dos de sus hermanos mayores formaron parte de ella. El enfrentamiento fue tan grande que llegó a un nivel de violencia y horror desgarrante. Fueron meses y años de muchas penurias para la población civil y especialmente para Andrés que, por su corta edad, no entendía de la injusticia de la guerra y pronto el miedo se apoderó de él vertiginosamente.
Cuando, afortunadamente, todo concluyó, las cuantiosas pérdidas económicas fueron el desencadenante de la pobreza y el hambre para los italianos. Los hermanos de Andrés habían regresado de ese infierno y juntos trabajaron durante años con vehemencia para paliar las dificultades contraídas a causa de la guerra.  Las traumáticas situaciones vividas y los rumores de los posibles enfrentamientos que podrían acontecer nuevamente, obligaron a Andrés a la decisión de irse para América. Pero los sentimientos se debatían en su modesto corazón ya que tendría que dejar a su familia y, posiblemente, no volvería a verlos por el resto de su vida. La duda cundía en él constantemente y sabía que les causaría un gran sufrimiento, pero su partida era inminente. Así, en octubre del año 1927, ante una desgarrante despedida, se dirigió hacia el puerto donde partiría rumbo a Buenos Aires el transatlántico “Principessa Mafalda”.
Fueron horas interminables, cientos de personas esperaban zarpar esa noche. Allí, Andrés conoció a Salvador, un joven italiano que se dirigía a Buenos Aires con quien pronto entablaron un diálogo y decidieron ser compañeros de viaje.
Finalmente, cuando la hora de la partida llegó, los pasajeros comenzaron a subir al transatlántico pero Andrés, al igual que otras tantas personas, no pudo abordar debido a que el pasaje estaba completo, situación que provocó la ira entre la muchedumbre y el desconcierto de Andrés.
Días después zarpó en otra embarcación que también se dirigía a Buenos Aires. El viaje transcurría con cierta calma, hasta que pronto un fatídico rumor generó estupor entre los pasajeros a bordo. El transatlántico “Principessa Mafalda” habría sufrido un desperfecto a pocas millas de llegar al puerto de Buenos Aires y era irremediable su naufragio. Andrés no salía de su asombro. Pensó que Dios o el destino lo acompañaban. Pudo imaginar el horror vivido de aquellos inmigrantes y especialmente en Salvador, sintiéndose impotente por no saber cuál habría sido su suerte.
Pasaron veinte días de la partida y al fin arribó al puerto de Buenos Aires. Atrás habían quedado su viejo terruño, sus leyendas, sus costumbres. Argentina sería el refugio que lo cobijaría hasta el final de sus días.
Pedro era un primo de Andrés que estaba radicado en este país desde hacía algunos años. Ni bien supo de su llegada le brindó su ayuda incondicional, lo cual facilitó a Andrés sobreponerse al dolor que el desarraigo le había causado.
Luego, como buen italiano, se lanzó al trabajo con una pasión fervorosa, se estableció en Balcarce y comenzó a trabajar como empleado rural.
En una de sus salidas al pueblo grande fue su sorpresa cuando vio a Salvador, aquel joven italiano que había conocido en el puerto y que, afortunadamente, había sobrevivido al naufragio del transatlántico “Principessa Mafalda”, destacándose luego como el primer fotógrafo de la plaza Libertad de la ciudad de Balcarce.
Un tiempo después Andrés conoció a Venera con quien, luego de un breve período de noviazgo, se casaron y tuvieron cinco hijos.
El transcurso de su vida fue con tranquilidad y en pocos años pudo adquirir algunas fracciones de campo dedicándose exclusivamente a la agricultura.
Al cabo de los años, como todo inmigrante, sentía nostalgias por regresar a su amada Italia, poder abrazar a algunos de sus hermanos que aún vivían y recorrer junto a ellos las viejas calles que guardaban las anécdotas de su infancia.
Comenzaba el año1971 cuando Andrés proyectaba viajar con su primo a su país natal pero una penosa enfermedad lo abatió, dejando trunca todas sus esperanzas.
En consecuencia, como un juego irónico del destino, su desaparición física ocurrió el 12 de octubre de 1972, juntamente con la conmemoración del Día de la Raza. Coincidentemente, la partida desde su país de origen hacia la provincia de Buenos Aires fue también en el mes de octubre.
De esta manera cierra una de las historias de vida que dejaron nuestros inmigrantes.

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