jueves, 4 de julio de 2013

El vino - Jorge Dágata

A Ricardo Rodríguez, Gran Sacerdote escanciador.

El vino de la soledad ha de ser dulce
y helado el del olvido.
Oscuro el de la noche como sangre enervada
y blanco, luna blanca, el que se asome en los vidrios
por la copa sedienta de alguna madrugada.
El vino del amor ha de ser abundante
y espumoso el que agite la arena de un adiós.
El vino del amor ha de borrarlo todo
menos los besos y las ansias vanas
de hacer uno de dos.
El vino ha de traerte los soles que ignorabas,
ha de robarte los insomnios duros
y desvestirte todas las horas destrozadas.
No le temas, no lo ames:
el temor es cobarde y el amor imposible.
Bébelo, mátalo, vívelo.
Él será lo que seas: soles, noches, olvidos.
Él bailará la danza de los minutos nuevos
y bajo sus follajes de suaves primaveras
calmará tus angustias, sepultará tus muertos.
Ahora has descubierto que un sorbo es como un beso:
no lo apures, no lo agotes
que la prisa es absurda y la nada no existe.
Bébelo, beso a beso. Esta noche te amo,
esta noche me amas. Mañana... qué sabremos.
Es mentira que pueda haber copas vacías,
el vino es infinito como el amor y el tiempo.
Siempre queda una gota, siempre vuelve una viña
a renacer los zumos en otras primaveras.
¿Qué seremos mañana? Mañana no estaremos.
Esta noche te amo y te bebo espumosa
y desciendo la copa de tu cuerpo desnudo
y me hundo y me olvido, sorbo a sorbo te lleno
y me lleno de tu ansia y me beben tus besos.
Déjalo que te inunde, déjame que te inunde:
el vino del amor ha de ser infinito,
ha de ser imposible.
Por eso, no le temas. Bébelo que esta noche
es oscuro y es blanco, es helado y ardiente.
¿Será dulce mañana? Mañana.. qué sabremos.



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