- ¿Ya llegó?
-preguntó el pequeño no bien regresó de la escuela.
- ¿Qué es lo que
debería de haber llegado? -respondió su madre.
- La carta de papá.
Todos los meses llega para estas fechas, pero al parecer en este se ha
retrasado unos días...
El rostro de la
mujer palideció. El niño no parecía comprender el porqué de su reacción ante su
inocente pregunta, pero de inmediato volvió con sus preguntas:
- ¿Significa eso
algo malo, mamá? ¿Qué le puede haber sucedido?
- No, mi niño -dijo
intentando que se pasara su desesperación- ya sabes cómo son las guerras: no
cesan hasta que el último enemigo es derribado y haya abandonado el campo de
batalla. Seguramente sólo ha estado muy ocupado, y no ha encontrado el momento
adecuado para escribirnos: no tienes de qué preocuparte.
Ambos se abrazan.
El chiquillo estaba creciendo con la ausencia de su padre, pero estaba encariñado
a las cartas que les enviaba cada mes. Sentía que cada palabra escrita en el
papel, le quería transmitir algo más de lo que realmente decía.
A la mujer, por el
contrario, la llegada de los últimos días del mes, implicaban una serie de
sentimientos difíciles de sobrellevar. Cada vez se le dificultaba más y más el
hecho de lidiar con sus emociones.
Se separaron. Era
la hora de la cena, que por lo que parecía, sería lo suficientemente incómoda
como para que ninguno de los dos no emitiese palabra: no sabían qué decir luego
de la conversación de hace unos momentos.
- ¿Ya has
terminado?
- Sí, mamá.
- Espero que te
haya gustado. Te veo muy cansado: prepárate para ir a dormir.
- Está bien. Buenas
noches.
- Buenas noches, mi
niño.
El niño se retira.
Ella sale inmediatamente al jardín: luego de lo que le había ocurrido,
necesitaba tomar un poco de aire fresco, pero, aun así, no mejoraba. ¿Cómo se
había olvidado?
Entró rápidamente a
la casa, y comenzó a buscar unos papeles en un antiguo baúl. Tomó una pluma, y
comenzó a escribir. Su mano se deslizaba haciendo rodar e impregnar la tinta
sobre el papel lentamente: procuraba que ese escrito no tuviese ningún error,
debía de ser perfecto. En medio de su escritura, su nerviosismo, hizo que una
gota de tinta negra, cayese sobre las palabras recién escritas. De inmediato,
un borrón color oscuro se generó por sobre la hoja: ya no servía.
Enojada y
desesperada, tomó la copia y la desechó. Tomó otro pliego de papel con
preocupación, y comenzó a escribir nuevamente. Ya eran las dos de la mañana, y
aun no había terminado. Era tal el silencio que reinaba en la casa, que lo
único que se oía era el correr de la pluma con tinta por sobre el papel. Sentía
que el tiempo corría y corría, pero no lograba darse por satisfecha hasta que
sus palabras fuesen consideradas por ella misma como correctas.
Finalmente, logró
acabar. Tomó su manuscrito y fue hasta su habitación por un sobre blanco. Lo colocó dentro, y le aplicó una estampilla
en una de las esquinas. Procuró que estuviese bien cerrado, y lo puso sobre la
mesa de la cocina.
Más tranquila, se
preparó y se fue a dormir, aunque logró conciliar el sueño cerca del amanecer.
- ¡Hijo, despierta!
¡Ha llegado una carta! Tal vez sea de tu padre.
- ¿Sí? Está bien,
déjame dormir un poco más e iré a leerla.
La mujer se quedó
desconcertada: era la primea vez que el niño reaccionaba de tal manera. No
entendía cómo de un día a otro, su interés por recibir una carta proveniente de
su papá se había aplacado así. Sin embargo, tuvo la suficiente fuerza para
calmar su curiosidad, y logró esperar hasta que el pequeño se levantase.
- ¿Y la carta?
¿Puedo leerla ya?
- Sí, hijo. Está
sobre la mesa.
El chiquillo tomó
el papel con ambas manos, y muy desganado comenzó a leer. No parecía tener en
absoluto ansias por saber el contenido de ella.
- ¿Y? ¿Qué es lo
que dice?
- Exactamente lo
mismo que dice el papel desechado.
Comenzó a sentirse
mal.
- Mamá, ¿puedes
explicarme cómo es que tienes una copia de la supuesta carta de papá?
¿Había llegado el
momento de confesar todo? Este secreto desde hacía años, ¿había llegado a su
final?
- ¿Puedes decirme?
Hubo un silencio
que duró algunos minutos.
- Hijo, las cartas
las escribo yo.
Las facciones del
niño, de golpe representaron un enorme desconcierto.
- ¿Y mi papá?
¿Dónde está? ¿Está en la guerra?
Una pequeña
lágrima, comenzó a rodar por las mejillas de los dos.
- Él nunca fue a la
guerra. Te abandonó cuando apenas habías nacido.
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