lunes, 18 de noviembre de 2019

“CONTATE UN CUENTO XII” Categoría B: jóvenes de 14 y 15 años - Ganador: “La guerra de la verdad”, de Anneke Wendel alumna de 3º año del Inst. Bg. Martin Rodríguez de Tandil


  - ¿Ya llegó? -preguntó el pequeño no bien regresó de la escuela.
  - ¿Qué es lo que debería de haber llegado? -respondió su madre.
  - La carta de papá. Todos los meses llega para estas fechas, pero al parecer en este se ha retrasado unos días...
  El rostro de la mujer palideció. El niño no parecía comprender el porqué de su reacción ante su inocente pregunta, pero de inmediato volvió con sus preguntas:
  - ¿Significa eso algo malo, mamá? ¿Qué le puede haber sucedido?
  - No, mi niño -dijo intentando que se pasara su desesperación- ya sabes cómo son las guerras: no cesan hasta que el último enemigo es derribado y haya abandonado el campo de batalla. Seguramente sólo ha estado muy ocupado, y no ha encontrado el momento adecuado para escribirnos: no tienes de qué preocuparte.
  Ambos se abrazan. El chiquillo estaba creciendo con la ausencia de su padre, pero estaba encariñado a las cartas que les enviaba cada mes. Sentía que cada palabra escrita en el papel, le quería transmitir algo más de lo que realmente decía.
  A la mujer, por el contrario, la llegada de los últimos días del mes, implicaban una serie de sentimientos difíciles de sobrellevar. Cada vez se le dificultaba más y más el hecho de lidiar con sus emociones.
  Se separaron. Era la hora de la cena, que por lo que parecía, sería lo suficientemente incómoda como para que ninguno de los dos no emitiese palabra: no sabían qué decir luego de la conversación de hace unos momentos.
  - ¿Ya has terminado?
  - Sí, mamá.
  - Espero que te haya gustado. Te veo muy cansado: prepárate para ir a dormir.
  - Está bien. Buenas noches.
  - Buenas noches, mi niño.
  El niño se retira. Ella sale inmediatamente al jardín: luego de lo que le había ocurrido, necesitaba tomar un poco de aire fresco, pero, aun así, no mejoraba. ¿Cómo se había olvidado?
  Entró rápidamente a la casa, y comenzó a buscar unos papeles en un antiguo baúl. Tomó una pluma, y comenzó a escribir. Su mano se deslizaba haciendo rodar e impregnar la tinta sobre el papel lentamente: procuraba que ese escrito no tuviese ningún error, debía de ser perfecto. En medio de su escritura, su nerviosismo, hizo que una gota de tinta negra, cayese sobre las palabras recién escritas. De inmediato, un borrón color oscuro se generó por sobre la hoja: ya no servía.
  Enojada y desesperada, tomó la copia y la desechó. Tomó otro pliego de papel con preocupación, y comenzó a escribir nuevamente. Ya eran las dos de la mañana, y aun no había terminado. Era tal el silencio que reinaba en la casa, que lo único que se oía era el correr de la pluma con tinta por sobre el papel. Sentía que el tiempo corría y corría, pero no lograba darse por satisfecha hasta que sus palabras fuesen consideradas por ella misma como correctas.
  Finalmente, logró acabar. Tomó su manuscrito y fue hasta su habitación  por un sobre blanco. Lo colocó dentro, y le aplicó una estampilla en una de las esquinas. Procuró que estuviese bien cerrado, y lo puso sobre la mesa de la cocina.
  Más tranquila, se preparó y se fue a dormir, aunque logró conciliar el sueño cerca del amanecer.
  - ¡Hijo, despierta! ¡Ha llegado una carta! Tal vez sea de tu padre.
  - ¿Sí? Está bien, déjame dormir un poco más e iré a leerla.
  La mujer se quedó desconcertada: era la primea vez que el niño reaccionaba de tal manera. No entendía cómo de un día a otro, su interés por recibir una carta proveniente de su papá se había aplacado así. Sin embargo, tuvo la suficiente fuerza para calmar su curiosidad, y logró esperar hasta que el pequeño se levantase.
  - ¿Y la carta? ¿Puedo leerla ya?
  - Sí, hijo. Está sobre la mesa.
  El chiquillo tomó el papel con ambas manos, y muy desganado comenzó a leer. No parecía tener en absoluto ansias por saber el contenido de ella.
  - ¿Y? ¿Qué es lo que dice?
  - Exactamente lo mismo que dice el papel desechado.
  Comenzó a sentirse mal.
  - Mamá, ¿puedes explicarme cómo es que tienes una copia de la supuesta carta de papá?
  ¿Había llegado el momento de confesar todo? Este secreto desde hacía años, ¿había llegado a su final?
  - ¿Puedes decirme?
  Hubo un silencio que duró algunos minutos.
  - Hijo, las cartas las escribo yo.
  Las facciones del niño, de golpe representaron un enorme desconcierto.
  - ¿Y mi papá? ¿Dónde está? ¿Está en la guerra?
  Una pequeña lágrima, comenzó a rodar por las mejillas de los dos.
  - Él nunca fue a la guerra. Te abandonó cuando apenas habías nacido.

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