sábado, 8 de noviembre de 2014

LILÍ Por Ana María Broglio

        A mí la Lilí me gustaba desde que éramos chiquitos y un día se lo dije pero ella me contestó que no porque al padre le molestaba. Yo había entendido que le molestaba si tenía novio porque era muy chica y que por eso no podía salir para ninguna parte conmigo y por un tiempo prudencial, no insistí pero después, cuando se le empezaron a notar las tetitas debajo de la camisa, me pareció que ya estaba grande y se lo volví a decir.
        Se le llenaron los ojos de lágrimas y me gritó que el padre era celoso y que no la quería ver con nadie y que dejara de hablar pavadas de una vez por todas y ahí es donde yo empecé a darme cuenta, porque bobo no soy, de que algo raro pasaba y una tarde que estaba toda linda, en la puerta de la casa, casi una señorita, le dije que me explicara bien que no entendía lo que había querido decir y me preguntó si era tonto o qué y que no la martirizara más.
        Quedé desolado y dando vueltas las palabras por la cabeza, pensaba y pensaba y no le daba en la tecla ni loco. La Lilí me quería, de eso estaba seguro porque un día, sin que viera nadie, en el barco que dejaron al lado del ferrocarril, me dio un beso y yo nunca olvidé ese beso y me enamoré y me prometí que me iba a casar con ella, como Dios manda. Se lo dije y todo pero la Lili no aceptó- no puedo- respondió y se fue angustiada.
        Para ese entonces nosotros vivíamos en los terrenos expropiados, detrás de la estación, al lado, no sé cómo, había un barco abandonado, junto a las vías. Parecía un fantasma y un día le susurré al oído si quería que le mostrara el fantasma y ella se mató de la risa. Yo no creo en los fantasmas- dijo. Cuando el padre se descuidó, escapamos de la mano y le enseñé el barco y ahí es donde me dio el beso, de agradecimiento porque nunca había visto un barco y los barcos andan por la mar y no por las vías y vaya a saber cómo llegó a ese lugar.
        Cuando subimos, el sol se filtraba entre las grietas y el óxido y las sombras producían claroscuros atemorizantes .Había un cartel que advertía del peligro - Prohibido subir- decía pero nosotros desafiamos al miedo y nos trepamos por una escalerita de sogas, medio podridas que colgaba a un lado. No se rompió ¿qué se iba a romper si la Lili tenía las patitas más flacas que la soga?
        Fuimos varias veces, cuando nos casemos vamos a escondernos acá, prometí pero yo nunca la toqué, lo juro y lo recontra juro, sin embargo la Lili, quedó embarazada y dejó el colegio y no la volví a ver.
        Lloré a más no poder. Lo poco que dijeron cuando pregunté, fue que se había ido en el tren porque era una desorejada y no supe más de ella.
       La busqué, la sigo buscando y la espero, tal vez, una tarde de estas, regrese.

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