Hace unos días atrás, en una tarde cruda de invierno,
recuerdo que el frío azotaba a todo aquel
que en la calle se encontrara, y al mirar por la ventana observé a un
pequeño perro asomándose a la vidriera de un restaurante. Todos los que por
allí pasaban jamás retrocedieron para apiadarse de aquel inocente perrito.
Comenzaba a
caer la noche y aquel pequeñito aún estaba allí, acurrucado sobre una caja de
cartón. Comencé a sentir algo muy profundo por ese pobre perrito. Le pregunté
entonces a mis papás si podía quedarme con él, pero las excusas de ellos fueron
infinitas: que el departamento era pequeño, que estropearía la casa, que quién
lo cuidaría, no tenemos patio, quién limpiaría sus necesidades y tantas otras
cosas que preferí desistir de mi deseo de adoptarlo.
Aquella
noche no pude dormir pensando en “Toby” a quien yo , ya había bautizado con ese
nombre. Resultó ser que aquella noche una tormenta muy fuerte azotó la
ciudad y la preocupación y mi cariño,
causaron en mi el deseo de ir en búsqueda de Toby. Decidí entonces escaparme,
me puse mi piloto, tomé una linterna y sin hacer ruido salí de mi casa a buscar
a Toby.
Cuando llegué
a la casa la lluvia y el viento no me dejaban ver y cuando llegué al lugar la
caja donde estaba el pequeño ya no estaba allí, ni tampoco Toby. De pronto
escuché unos ladridos y me imaginé que
se trataba de mi perrito, me asomé a ver si se trataba de él y por suerte lo
era. Pero mi sorpresa fue aún mayor
cuando vi que se encontraba atrapado en una alcantarilla y con la mitad
del cuerpo hacia la calle, desesperado por liberarse y escapar de aquella
corriente de agua. Mi desesperación fue muy grande al ver una fuerte corriente
de agua pero también temía `perder a Toby y la única persona que podía salvarlo
era yo. Así que tomé mucha fuerza y valor y con mucho cuidado me acerqué a él,
lo tomé por los brazos y sentí que con cada uno de los besos me agradecía por
haberlo salvado.
Volvimos a
mi casa y aún todos dormían, llevé Toby
a mi cuarto y lo sequé con una toalla y aquella primera noche dormimos juntos.
Al llegar la mañana, procuré esconder al pequeño Toby en el altillo ya que
nadie iba allí, le dejé comida y marché al colegio.
Las miradas de mis padres
eran muy extrañas y al asomarme a la cocina Toby estaba comiendo y
tomando leche y en su cuello tenía puesto un collar azul. Cuando me vio vino
muy contento a saludarme. Giré y miré a
mis padres ya que la sorpresa era muy grande, ellos entonces me dijeron que se
podía quedar, mi alegría fue aún mayor y desde entonces mis días cambiaron con
la llegada de Toby, ya que siempre jugamos juntos y jamás nos separamos.
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