jueves, 29 de diciembre de 2016

Chat - Por Maxi González

Gotas de lluvia impactan sobre el techo formando una hermosa melodía. Afuera, tres perros se refugian bajo el tejado de una casa de campo. Los árboles mueven sus ramas al compás del viento y peatones encienden las luces en la ruta de regreso a casa, mientras que adentro, una tragedia está por ocurrir.
A las seis de la mañana sonó el despertador anunciando la hora de levantarse. Ese día tenía examen de Literatura; si bien no es una materia que me apasiona, le encontré sentido cuando leímos Romeo y Julieta, de William Shakespeare. Siempre me apasionaron las historias de amor con final terrible. Me levanté, puse el agua para el mate mientras me cepillaba los dientes y me daba ánimo para ese parcial que tendría en horas. Si bien no sabía cómo iba a ser tenía la confianza suficiente como para poder hacerlo. Las horas pasaron y llegó el momento de ir a cursar. Tomé mis cosas, saludé a mis padres y partí hacia mi destino.
La profesora, una mujer petisa pero de gran corazón, entró saludando al grupo y diciendo que a modalidad del examen iba a ser distinta, ya que quería que apostemos a nuestra creatividad. La única consigna era: “Habiendo analizado la obra de William Shakespeare, Romeo y Julieta, propongan una crónica policial”. Esa fue la única condición que dio. Mi corazón comenzó a latir a cien por hora; se me acortó la respiración, mis manos temblaban como si estuviesen tiritando de frío. Esto no me podía estar pasando. Permítanme contarles el por qué de mi comportamiento al leer la consigna del parcial.
Un cierto día jueves, me encontraba en el chat hablando con una amiga y mirando sugerencias de personas que no conocía, entre ellos, un joven que al mirar su perfil me pareció muy apuesto. Su nombre era Agustín. No dudé ni un segundo en mandarle la solicitud de amistad.
Cuatro horas más tarde, me llegó al celu la confirmación y un mensaje que decía: “HOLA, TE CONOZCO?”;  desde ese momento, empezamos a conversar por chat sobre nuestras vidas, gustos y demás, hasta que pusimos un día para conocernos personalmente. Él trabajaba de puestero en el campo y tenía un ayudante; quedaba solo los jueves y viernes ya que su empleado se venía a la ciudad, por lo que quedamos en que me avisaría ni bien pudiéramos vernos.
Pasó una semana hasta que un viernes a las seis de la tarde sonó mi celular: era Agus – así me gustaba llamarlo - , invitándome al campo para compartir un rato. Mi corazón saltaba de alegría y al mismo tiempo los nervios me avanzaban. Lo esperé en una esquina, a dos cuadras de mi casa y a los pocos minutos apareció en su auto. Ni bien lo miré quedé impactada: boina, camisa, bombacha gaucha y alpargatas…y una hermosa sonrisa terminó por dejarme sin palabras. En el camino, nos encendimos un cigarrillo y hablamos sobre cómo había estado el día para ambos y demás.
Ni bien llegamos, tres perros nos recibieron con una cálida bienvenida. El lugar era precioso, muchos árboles, maquinarias, caballos y una hermosa casa color salmón. Entramos. Él encendió la cocina para unos mates mientras prendía el televisor; se sentó en frente mío y seguimos conversando.
Llegada la noche, me pidió ayuda para hacer de comer pero mi función solo fue cortar la verdura, él se encargó de preparar el tuco y los tallarines. Entonces miró y me dijo: ‘HOY, ERES MI INVITADA ESPECIAL’.  Todo un caballero. Después de cenar, lavamos los cubiertos juntos y sin querer me hice un corte en el dedo. Enseguida él tomó mi mano y puso mi dedo en su boca, y al mirarme me besó; y ese fue el inicio de mi primer beso con un chico del chat, aunque ese día fue solo eso.
Los jueves y los viernes de cada semana nos encontrábamos para conocernos más y compartir de mates, charlas y cenas. Después de pasado un mes y pico, lo sorprendí dándole un beso yo y ese cruce de labios pasó a besos más apasionados y luego a despojarnos de la ropa para dar lugar a que nuestro cuerpos se conectaran por primera vez.
Desde ese día, mi mundo se llenó de felicidad; ya no existían los momentos grises de música lenta y deprimente en mi habitación; todo era alegría gracias a que pude conocerlo a Agustín. El solo hecho de nombrarlo producía una sonrisa en mi rostro.
Con el tiempo, todo siguió transcurriendo igual; cada jueves y viernes nos veíamos y hacíamos las mismas acciones de siempre: tomar mates, ver tele, cenar, hacer el amor… Pero alguien dijo que el amor no es para siempre, y comenzaron los problemas. Los mensajes empezaron a desaparecer, las llamadas no eran atendidas y mi mundo se venía a pique. Nuevamente, los días de llanto y tristeza inundaron mi vida.
Los meses pasaron, la resignación a no verlo más me lastimaba cada día y el cigarrillo pasó a ocupar su lugar.
Un día, estando en mi habitación deprimida y con música lenta, de pronto sonó el celular y al fijarme mi sonrisa volvió a florecer; un mensaje que decía “HOLA” y el nombre de una persona – ‘Agustín.
Repitiendo la misma rutina de antes, pasó a buscarme y nos saludamos con un beso pero no tocamos el tema de por qué no me había llamado en todo ese tiempo. Si bien yo necesitaba una explicación, no quise romper ese momento; lo único que me importaba era poder estar a su lado. Cuando llegamos al campo, luego de tomar unos mates, se fue a bañar. Su celular había quedado sobre la mesa como pidiéndome que lo revisara. Temblaba de los nervios que tenía, hasta que finalmente miré los mensajes, entre ellos, el de una mujer. Esa fue la razón de tantos meses sin vernos. De la bronca quería romper todo, hasta su celular, pero me serené, dejé el celu en su lugar e hice como si nada hubiese pasado.
Luego de un rato, Agus salió de bañarse y me llevó a la habitación. Comenzó a besarme y sacarme la ropa para “supuestamente” hacer el amor, pero sentí que fue solo sexo, a tal punto que al terminar dijo sentirse cansado por el trabajo y se echó a dormir. Me levanté, fui a la cocina y me fumé dos cigarros, uno tras otro. Mi mente me taladraba haciéndome acordar el mensaje que había visto, diciéndome que él nunca seria para mí; y eso no lo podía soportar.
Lo pensé muchas veces mientras prendía el tercer cigarrillo, hasta que finalmente tomé la cuchilla y me dirigí a su habitación. Me senté a su lado, acaricié su cabello y lo besé por última vez, mientras introducía el cuchillo en su estómago. Abrió sus ojos lanzando un gemido de dolor, atinó asustado a querer sacarme pero un puntazo en medio del corazón terminó por dejarlo inmóvil. Su cuerpo, ensangrentado en esa cama, mis lágrimas cayendo en su rostro pidiéndole perdón pero gritándole cuánto lo amaba. Rocié toda la casa con querosén, me prendí otro cigarro y le dije adiós.
Hoy, este examen de literatura trae a la luz ese día, ese maldito día, anunciando mi sentencia.

Gotas de lluvia impactan sobre el techo formando una hermosa melodía. Afuera, los perros se refugian de la tormenta y los árboles mueven sus ramas al compás del viento, mientras que adentro, la tragedia ya comenzó.

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