sábado, 18 de febrero de 2017

CONTATE UN CUENTO IX - Mención de Honor de Categoría “A” SECRETOS DE INVIERNO Por Máximo Oddo alumno de 1º año de E.S. Nº 3”Carmelo Sánchez”

   Era un día muy frío y la peluquería estaba desolada. Estuve esperando unas horas hasta la llegada del sr. Alderman. Él era un sexagenario robusto con aires de felicidad que venía cada semana a saludarme y a pedirme que le cortase el cabello. Sin embargo, ese día se veía un poco desanimado. Envuelto en su gran bufanda color café cruzó la puerta. Estaba muy extraño a mi parecer. No quería hablar. Le pregunté por qué estaba desanimado  Él me pidió un vaso de agua y comenzamos a hablar. El pobre hombre, deprimido, me contó que sólo le quedaban unas pocas semanas de vida. Yo sentí una corazonada. No iba a dejar que este humilde señor muriera solo y triste, así que me ofrecí a cuidarlo. Él levantó una tenue sonrisa.
Repentinamente, escuché un extraño sonido desde la cocina. Lo noté al ver el comportamiento alterado de Atenea, mi dóberman, que estaba paseando alrededor de mí. Fui  en puntitas de pie para no alarmar.
Pasaron quince minutos y el sr. Alderman se empezó a impacientar. Se levantó de su silla y escuchó pasos hacia allí. Se oyó a alguien que decía… “-¡Levanten las  manos o los elimino de la faz de la tierra!-”
El Sr. Alderman reaccionó a la orden sin dudar. Un hombre rubio, alto, de nariz aguileña salía de la oscuridad tomándome por el cuello con un cuchillo. Luego, en un impulso de miedo, el anciano sacó un revólver de su bolsillo derecho y disparó tres balazos en la zona del tórax de ese desgraciado. Le pregunté, liberándome del agresor gracias al sorpresivo ataque de dónde había sacado ese arma. Alderman me explicó que, desde que hubo un ataque de ladrones  en una fracción del barrio en el que se hospedaba, él tuvo un momento de inseguridad ajena y pensó que sería una buena idea comprar un arma, así se defendería si le ocurría el mismo y trágico destino que las víctimas de aquel robo.
Luego de un largo silencio, en el que sólo se cruzaban nuestras angustiantes miradas  y de haber movido entre los dos, el cuerpo sin vida del malhechor hacia el terreno lindante, él se sentó en una silla indicándome que le cortara el cabello. Me dijo que su vida no era fácil, que tenía que cargar con la desdicha de la muerte de su esposa y el secuestro de su primogénito. Se sentía muy solo porque su hija menor tenía que mantener a sus nietos y que por eso no podía estar junto a él; ella se había mudado a Francia desde hacía casi una década. Según sus propios dichos:  “Elisa, mi hija, es una madre responsable que cuida a sus hijos con su vida, después de todo, ella ha estado muy ocupada estos días. En Toulouse, ella tiene que ganarse la vida.” Su mirada se opacó aún más cuando mencionó: “Mi hijo era un niño bajo de estatura, rubio y alegre, me impresiona que haya desaparecido a tres cuadras de aquí, eran épocas de dictadura, así que su desaparición no era algo extraño. En tiempos de silencio obligatorio nadie escuchó mis reclamos.”                                                                                                                                                                                
Al escuchar esto empecé a dudar,  ¡qué coincidencia, su hijo tuvo la misma desgracia que yo! Según mi madre adoptiva, un desconocido me abandonó en su puerta cuando apenas tenía cinco años…Sin dejar de pensar en ello, le ofrecí llevarlo a su casa en mi viejo Ford Falcón. Asintió con la cabeza y se puso en camino al cacharro de auto que tengo mientras yo bajaba la persiana metálica del local.
Atenea se subió al auto con sus patas embarradas. El auto empezó a hacer ruidos molestos hasta que arrancó; estuvimos discutiendo sobre múltiples maneras de arreglar  los problemas del auto hasta que llegamos a su vivienda.Él me ofreció una porción de tarta de frambuesa mientras le tiraba un hueso con unos vestigios restantes de carne a mi can. Me quedé impresionado al escucharlo, yo le dije que era mi tarta favorita. Él dijo que carecía de palabras para explicar que también era su sabor de preferencia. Lo  acompañé hasta su habitación, se despidió de mí y me fui raudamente hacia mi casa a dormir.

Dos semanas después...
Al despertar refunfuñé debido al estridente ruido del despertador, me levanté, me cambié, tomé una taza de café para ir al hospital a acompañar al Sr Alderman, quien estaba internado desde hacía un par de días. Me estaba sacando la campera que usaba debido al frío polar y, de repente, me empecé a sentir encolerizado al recordar que me había deshecho del cadáver de ese desdichado ladrón unas semanas antes para no dejar rastros del asesinato.
El señor estaba débil, miraba hacia el techo mientras. Lo saludé, agarré un banco pequeño de una esquina y me senté a su lado. Él me saludó tartamudeando, con desgano, aunque en sus ojos se veía que estaba feliz  sabiendo que yo había llegado a acompañarlo. Se puso a respirar lentamente mientras decía: “ Después de todos estos años juntos, nuestra felicidad, nuestros sentimientos, debo revelarte mi secreto más grande a ti antes de que sea demasiado tarde para mí. Aunque no lo sepas, y me sienta herido en el corazón por no haberlo dicho antes pero…”
Lo abracé mientras decía sus palabras finales utilizando su último aliento… “ Aunque no esté para ti, quiero decirte, Vinicius Thomas Alderman, siempre estaré contigo...”
Después de todo, ante los sucesos ocurridos, y en un mundo de desdichas, que me produjeron más preguntas que respuestas, acabo de llegar a la conclusión de que el señor Alderman era mi padre y que Elisa era mi hermana. De repente, y después de tantos años de soledad, tenía ante mí, una familia de sangre.
Nunca olvidaré a una persona a quien yo quería con el corazón y  con quien anhelaba haber podido pasar más tiempo, y a quien yo solía llamar: Señor Alderman…

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