sábado, 26 de septiembre de 2015

POESIAS DE LEOPOLDO MARECHAL (1900 - 1970)

                                                   IV. DEL ADMIRABLE PESCADOR

Perdido manantial, llanto sonoro
dilapidado ayer en la ribera
de la tribulación, ¡quién me dijera
que pesarías en balanza de oro!

Rumbo de hiel que todavía lloro,
crucero sin honor y sin bandera,
¡quién me diría que a la primavera
del cielo caminaba tu decoro!

Y cuando recelosa y desvelada,
puesta en su mismo llanto la mirada,
mi soledad entre dos noches iba,

¡quién le dijera, para su consuelo,
que abajo estaba el pez en el anzuelo
y el admirable Pescador arriba!

                          De “Sonetos a Sophía y otros poemas”  1940



                                         XI. DEL CORAZÓN ABROQUELADO

¿Cómo sabrá el amor llevarte un día
por su ancha miel y su camino estrecho,
si, abroquelada soledad, tu pecho
le niega el aire y la caballería?

¿Y cómo depondrá su altanería
de antiguo cazador bajo tu techo,
si al ojo fiel y al dilatado acecho
respondes con el alma en rebeldía?

¡Destierra ya postigos y canceles!
Mira que nunca logra sus laureles
el corazón que tanto se recata.

Yo doy mis aguerridos sentimientos
a la codicia pura de los vientos,
y a navíos de amor olas de plata.

                       De “Sonetos a Sophía y otros poemas”  1940



                                                         CORTEJO

Vestida y adornada como para sus bodas
la Muerta va: dos niños
la conducen, llorando.
Y es en el mismo carro de llevar las espigas
maduras en diciembre.

El cuerpo va tendido sobre lanas brillantes,
ejes y ruedas cantan
su antigua servidumbre,
clavado en la pradera como una lanza de oro
fulgura el mediodía.

(Mi hermano va en un potro del color de la noche,
yo en una yegua blanca
sin herrar todavía).

La Muerta va en el carro de los trigos maduros:
su cara vuelta al sol
tiene un brillo de níquel.
Se adivina la forma del silencio en sus labios,
una forma de llave.

Ha cerrado los ojos a la calma visible
del día y a su juego
de números cantores;
y se aferran sus manos a la Cruz en un gesto
de invisible naufragio.

Y mientras el cortejo se adelanta entre flores
y linos que cecean
el idioma del viento,
la cabeza yacente, sacudida en el viaje,
traza el signo de ¡no!

Dos niños la conducen: en sus frentes nubladas
el enigma despunta.
¿Por qué la Muerta va con su traje de bodas?
¿Por qué en el mismo carro
de llevar las espigas?

(Mi hermano va en un potro del color de la noche,
yo en una yegua blanca
sin herrar todavía).

                                  De “Poemas australes”  1937



                                                    X. DE LA PATRIA JOVEN

                                                           "Melancólica imagen de la patria" J. Chassaing

Graciosa bajo el humo que despiden sus hombres
quemados junto al Río
y predilecta ya, como las hijas,
en el ancho fervor de sus mujeres,
la Patria es un dolor que nuestros ojos
no aprenden a llorar.

Un pie arraigado en la niñez y el otro
ya tendido a los bailes de la tierra,
su corazón ofrece a las mañanas
que remontan el Río.
Y quisiera grabar en el día su sombra,
y decir las palabras
que castigan al tiempo
como a un noble caballo.
Pero vacila su talón ardido:
 "¡No es hora!" canta el año junto al Río.

Yo no calcé su pie ni vestí su costado:
no la cubrí de plata festiva para el gozo,
ni la calcé de hierro
para la grave danza de la muerte.
No restañé la herida salobre de su párpado,
ni dije su alabanza
con la voz de las armas.
¡Yo soy un fuego más entre los hombres
quemados junto al Río!

La infancia de la Patria se prolonga
más allá de tus fuegos, hombre, y de mi ceniza.
La Patria es un dolor
que aún no tiene bautismo:
sobre tu carne pesa lo que un recién nacido.


                                               De “Sonetos a Sophía y otros poemas”  1940



                                                    XII. DEL AMOR NAVEGANTE

Porque no está el Amado en el Amante,
ni el Amante reposa en el Amado,
tiende Amor su velamen castigado
y afronta el ceño de la mar tenante.

Llora el Amor en su navío errante
y a la tormenta libra su cuidado,
porque son dos: Amante desterrado
y Amado con perfil de navegante.

Si fuesen uno, Amor, no existiría
ni llanto, ni bajel, ni lejanía,
sino la beatitud de la azucena.

¡Oh, amor sin remo en la unidad gozosa!
¡Oh, círculo apretado de la rosa!
Con el número Dos nace la pena.

                                                  De “Sonetos a Sophía y otros poemas”  1940



                                                         19

Deja la soledad para el uso exclusivo
de los poetas devastados
y los filósofos en ruinas.
"¡Estoy solo y medito!", se gallardea el búho,
muy arropado en su lujosa noche.
Pero el cóndor sereno de los Andes,
erguido en su montaña y al sol de mediodía,
 reflexiona en silencio: "La soledad no existe".
Y es verdad, Elbiamor, que ninguno está solo.

                                            De “Heptamerón - Didáctica de la alegría”  1960



                                               33

Un "suceder poético" es el canto,
dije oportunamente: se realiza en un tiempo
que todo buen poeta sabe "calificar"
El pintor que trabaja en un espacio
lo llena totalmente de cualidades plásticas:
de igual modo, el poeta debe colmar su tiempo
de poesía en acto,
sin dejar en el área temporal de su música
ningún vacío de la cualidad.
Calificar hermosamente un tiempo
sólo cuantitativo y en potencia:
no es otra la función de aquel monstruo laudable
que se llama El Poeta en este mundo.

                                               De “Heptamerón - “Arte Poética” - 1960

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