sábado, 8 de marzo de 2014

Insomnio - Por Silvia Rodríguez.- La Plata

En la oscuridad, el silencio hueco, inmóvil, calla. Espera el próximo estruendo. Cada gota que cae suena como el estampido de un cañón. Una canilla pierde. Percibo en cada pausa cómo la partícula de agua se forma en el extremo del pico. Luego se desprende y golpea estrepitosamente contra el fondo del lavabo.
 Los ruidos, en la noche, son más fuertes. Despabilan los sentidos.
 Las gotas retumban en mi cerebro, lo recorren, se instalan en él, no dejan espacio para otros sonidos que quisiera oír: el de la llave de la puerta, el de sus pasos rápidos por la escalera, el de su respiración acompasada. Tendría que haberle dicho que la canilla pierde, quizás, antes de irse, la hubiera arreglado.
 La mente sabia me apresa, me encierra, me obliga a escuchar la explosión que desarticula cada una de las gotas. Me impide escapar, buscar su rostro, su voz o una imagen placentera en la cual descansar. No ha dejado una luz que me indique la salida, ha cerrado las puertas.
 Ya no huiré, es mejor así. Dejaré que el agua me penetre gota a gota, que anegue muy despacio la memoria de los miedos, que ahogue el dolor de la ausencia.
 Es mejor así. Cuando el recipiente esté colmado, cuando las paredes del cráneo no puedan contenerla, tal vez se derrame y yo fluya con el líquido tibio y flote mi cuerpo liviano acunado en un oleaje suave, hasta ver parir la claridad del día.
 Es mejor así. Que la canilla siga goteando, que se inunden, noche a noche, mis desvelos.

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