El rey se imaginaba que era un gran cantante. Un día llamó a Nasredín y le dijo que escuchara su última canción. Después de las primeras notas, Nasredín estalló a reír.
-¡Que voz más horrible! -dijo entre carcajadas mientras las lágrimas le caían
por el rostro. Muy agraviado, el rey lo tuvo encerrado en el calabozo durante dos semanas.
Pasado ese tiempo, volvió a llamar a Nasredín.
-Tengo otra canción para ti, sabio. Tal vez el tiempo que has estado en la celda
haya afinado tu oído.
Cuando el rey estaba a mitad de canción, vio que Nasredín se levantaba con
intención de marcharse.
-¿Dónde piensas ir?- le retuvo.
-Regreso a mi celda.
Nasrudin conversaba con un amigo.
- Entonces, ¿Nunca pensaste en casarte?
- Sí pensé -respondió Nasrudin. -En mi juventud, resolví buscar a la mujer perfecta. Crucé el desierto, llegué a Damasco, y conocí una mujer muy espiritual y linda; pero ella no sabía nada de las cosas de este mundo.
Continué viajando, y fui a Isfahan; allí encontré una mujer que conocía el reino de la materia y el del espíritu, pero no era bonita.
Entonces resolví ir hasta El Cairo, donde cené en la casa de una moza bonita, religiosa, y conocedora de la realidad material.
- ¿Y por qué no te casaste con ella?
- ¡Ah, compañero mío! Lamentablemente ella también quería un hombre perfecto.
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