Dos vizcachas salieron de paseo, y les fue muy bien. Cada una se encontró un pedacito de cobija de lana. Pensaron cómo harían para que les fueran más útiles. Al fin resolvieron unir los despedazas -y así alcanzarían para las dos juntas-pero no tenían con qué coser.
En eso llegó el zorro y dijo que él había hallado un hilito y que se los daría si lo dejaban taparse. Las vizcachas aceptaron y se pusieron a coser. Cuando llegó la noche estaban muy contentas: no pasarían frío.
Pero el zorro, cuando se fueron a dormir, dijo que él se tenía que acostar enfrente de su hilito para cuidarlo. Las vizcachas no tuvieron más remedio que decir sí.
Y el zorro durmió muy abrigado y las vizcachas se congelaron porque la cobija era demasiado angosta para los tres.
Este cuento popular me hace acordar de los opinantes que echan a rodar frases hechas, que dicen más o menos así: ¡Cómo se gasta en un festival de cine, cuando los hospitales están a la miseria! ¡Cómo es posible que se derrochen fortunas en mantener el Teatro Colón, cuando los jubilados se mueren de hambre! ¡Qué vergüenza organizar recitales al aire libre cuando hay tantos chicos desnutridos!, etcétera.
Vergüenza me da que estas falacias sean pronunciadas a menudo por gente productora/consumidora/comentarista de cultura. No reparan en que, cuando la cobijita entera es para el Zorro, no queda para una vizcacha ni para la otra.
Me explico: cuando una sociedad no se ocupa de su cultura, tampoco se ocupa de las otras necesidades. Y viceversa. Cuando la cultura y la educación están más o menos protegidas, también lo están las otras áreas sociales.
No importa si esta cobija bien repartida está en manos del Estado, de la iniciativa privada, o de ambos. Eso depende de la estructura política y de otras razones en las que no hace falta abundar.
Voy a dar un ejemplo, no precisamente primermundista. Costa Rica es un país pequeño y discreto de América Central. Suelen comentarse, y no lo discuto, las bondades de la medicina cubana, pero que un país vecino de la isla sea el primero en América en materia de salud pública... de eso no se habla.
Hace apenas un año -y aunque todo puede cambiar de la noche a la mañana- me reafirmaron en Costa Rica lo que ya sabía por boca de algunos sabios médicos nativos: que era ejemplar la política en materia de salud pública.
Y no por eso se descuida la educación primaria, atendida contra viento y marea, ni se cierran sus centros de cultura ni su universidad ni otros focos que irradian todo el bienestar que pueden, dada la pobreza básica y la creciente ola inmigratoria que plantea nuevos problemas de distribución y trabajo.
No es el único ejemplo, pero sí es notorio que cuando un país desatiende un aspecto del beneficio social descuida todos los otros. Es decir, es la política del Zorro con la cobija ajena.
Es una falacia pensar que restando presupuesto de una actividad necesaria -y todas lo son- pase automáticamente a aliviar otra. No conozco país que haya cerrado su teatro de la ópera para fundar un hospital de niños. No lo hicieron los comunistas ni los regímenes capitalistas más o menos humanos.
Las naciones que admiramos o envidiamos no desdeñan la cultura, entre otras cosas porque de ella viven en gran medida. No se trata sólo de los colosales ingresos de la industria discográfica ni de los precios astronómicos de algún cuadro subastado. Se trata de prestigio y derechos humanos, que aunque no se coticen en la Bolsa significan una inversión mucho más rentable de lo que suponen nuestros funcionarios, eternamente itinerantes y militantes de paros turísticos sin descuento de haberes. Si recortáramos más ¡todavía! nuestros fondos de apoyo a la cultura, el ahorro no iría a parar por arte de magia, como creen algunos despistados, al PAMI ni a los hospitales ni al sueldo de los docentes. Iría a parar, como nos consta, al chanchito-alcancía del Zorro.
Y un detalle más: si no fuera por los despojos que mantenemos heroicamente en materia de cultura, arte y educación, no alcanzarían las fortunas de toda Arabia Saudita para sostener hospitales psiquiátricos nacionales.
La cultura -desde la investigación científica hasta el modesto entretenimiento- es lo único que nos permite sobrevivir, o mantener cierto equilibrio de cornisa, en esta menesunda de mensajes truchos, miserias miserablemente orquestadas y malabaristas de pistola en la sisa.
Algunos quieren convencernos, entre otras necedades, de que hay que restar de un lado para agregar al otro. Daría para todo, debe dar para todos.
Pero mientras nos entretenemos en estas cuentas mentirosas, el Zorro se queda con toda la cobija y después aunque el cuento no lo diga, se come las vizcachas, vende las pieles, y manda la plata a Suiza.
O quizá nos pasamos de mal pensados. Por ahí dona el 12,5 por ciento, menos IVA, a un asilo de vizcachitas huérfanas
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