sábado, 5 de septiembre de 2015

Shakespeare digital - Por Guillermo Jaim Etcheverry

   Acostumbrados a los progresos de la técnica, nos hemos convencido de que la solución a todos nuestros problemas se encuentra en el futuro. La tecnología, sin duda, simplificará nuestras vidas: podremos hacer más, más rápido y con menor esfuerzo. Pero lo importante, lo que debería preocuparnos, no es tanto el cómo sino el qué hacemos.
  En la escuela, el problema no reside sólo en la naturaleza de la herramienta con que aprenden nuestros chicos, sino en el qué aprenden. Los estudiantes japoneses, que superan a los del resto del mundo en su rendimiento en matemática, son los que menos computadoras encuentran en sus aulas. En ellas se recitan las tablas de multiplicar y, en algunas, todavía se utiliza el ábaco.
  Sin embargo, los padres argentinos han puesto una fe ciega en la computación: una encuesta reciente muestra que sólo el 17 por ciento quiere para sus hijos más días de clase o más horas de clase por día. En cambio, el 90 por ciento no duda en requerir más computación. Es indiscutible que se trata de una herramienta cada día más imprescindible y que dentro de poco su manejo será casi tan importante como saber leer y escribir. Pero no se nos debe escapar que para sentarse frente a una computadora, por lo pronto, hay que saber leer y escribir y, además, pensar.
  El profesor Nicholas Negroponte, director del Laboratorio de Medios de Massachusetts Institute of Technology, en su libro Ser digital, en sus recientes artículos y en sus declaraciones al visitar a Buenos Aires, ha esbozado un alucinante panorama de lo que será el mundo de las comunicaciones en el futuro. Fibras ópticas transmitirán bibliotecas enteras de información en podrán leer simultáneamente el mismo libro.   Desde nuestra casa podremos enviar mensajes a quien se nos ocurra en cualquier lugar del mundo. Recibiremos diarios personalizados, sólo con noticias que nos interesen. La televisión nos ofrecerá alternativas infinitas: a través de cientos de canales, podremos ver al instante lo que sucede en cualquier lugar de la Tierra (lo que nos quieran mostrar, claro). Y así será nuestra vida futura, un paseo deslumbrado por las autopistas virtuales que cubren el globo.
  Pero, ¿habrá 30 millones de personas interesadas en leer los libros que puedan bajar de las autopistas informáticas? ¿Produciremos tantos mensajes originales para enviar a nuestros corresponsales de todo el mundo? ¿Traerán novedades tan importantes los diarios personalizados? Los infinitos programas de televisión que podremos ver, ¿serán una réplica de la chabacanería que hoy nos inunda?
  La clave parece darla el mismo Negroponte al responder a la pregunta acerca de qué puede hacer la computación para mejorar el acceso y el placer proporcionado por una obra de Shakespeare. Responde: "No tengo mucho interés por Shakespeare. Pero la tecnología podrá encontrar medios para tornarlo más interesante para mí".
  Despertar el interés por Shakespeare o por la cultura en general no constituye un desafío tecnológico. Es una aventura radicalmente humana. Negroponte no tiene mucho interés por Shakespeare. Le atrae, en cambio, el vehículo tecnológico. Es como si alguien afirmara: "No me interesa Velásquez, yo estoy preocupado por los pinceles".


Artìculo extraìdo de la revista “La Naciòn”

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