sábado, 1 de abril de 2017

CONTATE UN CUENTO IX - Mención de Honor Categoría C: El entierro del olvido Por Guadalupe Galván, alumna de 4º año de E.S.Nº 1 de “Antonio G. Balcarce”

Era una de esas noches en las que la luna llena penetraba entre las nubes, y la suave brisa le agregaba melancolía al crepúsculo. Era un viaje largo y la ruta se hacía muy solitaria, con un estéreo que no sintonizaba ninguna radio y un termo con café que me mantenía lúcida. A mi alrededor sólo había campos que parecían abandonados y algún árbol deteriorado en la lejanía. Tanta soledad y silencio permitían que mis pensamientos me carcomieran, con la vista fija en el asfalto y en el lejano horizonte. Lo que más quería era dejar atrás el pasado, enterrarlo muy profundo, y comenzar una nueva vida en la ciudad a la que me dirigía. Como si mi yo de antes no hubiera existido.
Un par de horas más tarde el cielo comenzó a teñirse de un color ámbar, mis ojos comenzaron a entrecerrarse involuntariamente, parecía que el café ya no hacía más efecto y yo necesitaba descansar. Disminuí la velocidad y aparqué a un lado de la ruta, desde donde se podía divisar una vivienda derruida a unos cuantos metros. Incliné mi asiento y me dispuse a dormir para después continuar con el trayecto.
Creí que estaba profundamente dormida cuando un grito me despertó. Abrí los ojos y me quedé inmóvil para volver a escuchar con más atención. Lo volví a escuchar. Era un llamado, alguien me llamaba pronunciando mi nombre. Me dieron escalofríos y un sudor frío me recorrió por la espalda. Me dije a mi misma que debía ser mi imaginación, afectada por insuficientes horas de descanso. Pero lo volví a oír, y esta vez parecía con más urgencia que las anteriores. Me incorporé y comprobé que provenía de la vivienda que estaba cerca. Tuve el impulso de arrancar mi auto y alejarme de allí, pero la intriga me invadía. Me bajé y noté que aún no había amanecido, de manera que no había dormido casi nada. Caminé sigilosamente en dirección a la casa, y me detuve frente a ella esperando escuchar mi nombre otra vez. Pero nada pasó y me dio más curiosidad.
Tenía la sensación de haber visto esa casa antes, pero en mejores condiciones. La misma fachada, el porche con un par de columnas estilo toscano en los extremos, un par de amplios escalones en la entrada, ventanas con persianas de madera y una puerta con arabescos extraños. Sin pensarlo dos veces me aproximé a la entrada y comencé a subir los escalones que crujían bajo mis pies. Traté de observar algo a través de las persianas derruidas y vi lo que parecían ser las siluetas de algunos muebles. Me detuve a observar la puerta y me percaté de que estaba entreabierta, me dispuse a abrirla y una sensación de adrenalina me dominó.
Los rayos del sol se filtraban entre las persianas y había suficiente claridad en la habitación como para distinguir lo que me rodeaba. Una mesa con una silla se encontraban en el centro del cuarto, y a la izquierda había un viejo en el cual se veían lo que parecían ser fotos. Miré con mucha atención esperando encontrar a alguien, o el origen de los llamados, pero sólo hallé un par de cajas y algo que me llamó la atención, muchas flores marchitas esparcidas por el suelo, que casualmente eran mis favoritas. Me acerqué al aparador y me detuve a mirar las fotos. Estaban viejas y cubiertas de polvo, así que las soplé un poco y las pude distinguir. No podía creer lo que veía, la incertidumbre me invadió, eran las fotos de mi infancia, todos los momentos importantes de mi vida estaban reflejados allí: mis cumpleaños, mis egresos, fotos con mis padres, mis amigos, mis mascotas… comencé a asustarme, ¿cómo podía alguien conseguir esas fotos? ¿Cómo habían terminado allí?
Desesperada, me dirigí hacia las cajas y las abrí, estaban llenas de recuerdos, algunos libros viejos, más fotografías, algo de ropa, cartas… y lo más escalofriante era que todo me pertenecía. O al menos me había pertenecido. Lancé un grito de espanto, no sabía qué hacer, qué era lo que estaba sucediendo, por qué estaba todo ahí. Estaba temblando.
Había otra puerta y supuse que se dirigía al patio. La abrí con desesperación y salí para afuera. El viento ahora soplaba fuerte. Había un roble bastante viejo, el pasto estaba altísimo y del árbol colgaba una hamaca. Debajo de él se encontraba lo que parecía una lápida, medio escondida entre los pastos. Fui corriendo hacia donde estaba. Necesitaba respuestas. Pero lo que vi me dejó sin aire, y completamente anonadada. La lápida tenía mi nombre completo y la fecha que indicaba era del día de hoy.
Pronto todo se puso borroso, caí sobre la hierba seca, mis ojos miraban el cielo, mi cuerpo hundiéndose lentamente. La oscuridad me invadía y yo permanecía inmóvil.
  Y después no sentí nada más que un inmenso vacío, oscuridad y… Silencio.

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