El detective Mark Thompson se hallaba sentado en su escritorio mientras leía el diario matutino bebiendo una taza de café. Era un lunes como cualquier otro en la ajetreada mañana de Londres de 1895. Se podía ver salir el vapor de las chimeneas de las fábricas que rodeaban la ciudad y el recién inaugurado Puente de la Torre desde la ventana de su oficina. Dos golpecitos secos provenientes de la puerta lo distrajeron de la noticia que estaba leyendo. Luego de un “pase” pudo ver a su secretaria ingresar a la oficina.
-Lo buscan, detective- dijo con su suave voz. Él hizo un movimiento con la cabeza para indicar que dejara pasar a aquella o aquellas personas que lo estaban buscando. Inmediatamente ingresó una señora de no más de 50 años de edad, que llevaba recogido el cabello en un impecable rodete y vestía como si estuviese llevando un uniforme. Intuyó que se trataba de un ama de llaves o, mejor dicho de una ex ama de llaves ya que no vestía con su ropa negra usual, pero mantenía el hábito de estar uniformada. Con un movimiento de mano invitó a la mujer a que tomara asiento. Luego de hacerlo, dejó su bolso a un costado de los pies y, muy lentamente, se fue enderezando, como si estuviese convenciéndose de que estaba haciendo lo correcto. Asintiendo con la cabeza, el detective le dio paso para que comenzara a hablar. La señora se llamaba Emily Woodstock y, definitivamente, era un ama de llaves. Había perdido su trabajo a causa de la repentina muerte de su patrona. Según la autopsia, había muerto a causa de una úlcera en el estómago que no había sido tratada. Ella alegó a la policía que su patrona, Otthelia Campbell, nunca había manifestado molestias o malestar que fueran síntomas de esta enfermedad. Sin embargo, éstos hicieron caso omiso frente a la insistencia de Lady Campbell y su hijo Christopher Campbell -único heredero de la fortuna de su tía y padre- en que la mujer siempre estuvo un poco desequilibrada psicológicamente y que nunca le había gustado mantener contactos con médicos en caso de que sufriera algún malestar.
-Mire, detective- sollozó Emily -Negué muchísimas veces que Otthelia fuera así pero no me hicieron caso, ¿Cómo voy a competir contra la aristocracia inglesa para ver quién tiene la razón?- y rompió en llanto. Esas palabras al detective le resonaron en la cabeza. Luego de consolarla, le consultó si poseía copia de la autopsia o algún papel que podría facilitarle el acceso al caso. Ella lo negó. Luego de pensar durante unos segundos, le dijo a Emily que tomaba el caso. No era uno de sus preferidos, no obstante le interesaba ese ímpetu que contenía la familia para que se supiera que la muerte había sido una enfermedad y no cualquier otra cosa. A Emily esta afirmación la llenó de felicidad y le hizo sacar una sonrisa de oreja a oreja. Luego de agradecerle tantísimas veces por aceptar, la mujer se retiró.
El detective inmediatamente tomó papel y pluma y escribió dos cartas. La primera iba dirigida a Scotland Yard, más precisamente a la oficina donde se encontraba Louis Williams, oficial e íntimo amigo. Allí pedía que le facilitara el acceso al parte médico de Otthelia Campbell ya que estaba trabajando en el caso. Para sonar más cordial, le prometió que algún día iría a visitarlo. También le recalcó que, de ser posible, enviaría una respuesta. No dio más detalles y concluyó la carta. La segunda iba dirigida a Thomas, el médico forense. Allí le solicitaba que tomara unas cuantas pruebas del cuerpo de Otthelia Campbell, sobretodo de aquellas “úlceras” que contenía. Le recalcó que esto se mantuviera en secreto y que luego de leer la carta la quemara para deshacerse de ella. Además le preguntó si podía contar con su ayuda para las próximas investigaciones del caso. Luego de sellar ambas, se las dio a su secretaria y le dijo que las entregara con suma urgencia porque era un tema que “no podía esperar”. Sabía que estaba jugando con fuego y él no era una de esas personas a las que les gustaba arriesgarse. Mientras menos personas se enterasen de que estaba involucrado en el caso, mejor para él. Despejó estos pensamientos de su mente y se dirigió a su casa.
Esa noche no pudo dormir aunque se levantó con más ganas que antes. Estaba decidido a darse una vuelta por la casa de Otthelia. Al llegar a su oficina, su secretaria le entregó dos cartas que acababan de llegar. Apresuradamente ingresó a su despacho y las abrió. Louis decía que iba a hacer todo lo posible y que a más tardar obtendría los papeles para el jueves a la tarde. Thomas contestó que ya estaba en camino el “asunto” y que contara con él para lo que fuera, luego guardó esas dos cartas y se dirigió a la casa de Otthelia Campbell. Lo estaba esperando Emily, quien le abrió la puerta. Lo condujo al lugar donde había estado Otthelia por última vez. Allí se encontró con una habitación normal, excepto por una cosa: el licor que había dentro se encontraba destapado y un vaso había caído de aquella mesita derramando licor por todos lados. Obviamente los restos del vaso habían sido penosamente escondidos con una sábana que ahora lo dejaba ver. Se acercó a la botella y sintió un peculiar olor que no era como todos los licores que había probado antes. Tomó esa botella, hojeó la habitación y se dirigió rápidamente a la morgue abandonando el lugar. Allí le explicó brevemente a Thomas lo que había encontrado y le dijo que examinara aquello. Agregó que cuando obtuviese resultados, le escribiera.
El jueves a la mañana su secretaria le entregó una carta proveniente de Thomas. En ella expresaba con absoluto detalle los resultados que había obtenido. Después de leerlo, se dirigió inmediatamente a la mansión Campbell. Fue recibido por un mayordomo que lo presentó frente a los Campbell como “un detective de Scotland Yard que viene a hacer algunas preguntas de rutina”. En la biblioteca, se encontró con Lady Campbell y su hijo . Les preguntó qué relación tenían con Otthelia, cómo la describirían y si la veían a menudo, a lo que respondieron exactamente lo mismo que al principio de la investigación. Ellos parecían muy relajados pese al compromiso de la situación en la que estaban. Por último, el detective se dirigió sólo a Christopher. Le preguntó en dónde se encontraba la noche anterior al descubrimiento del cadáver de su tía. Él respondió que se hallaba en la casa con su madre, donde cenó y durmió. El detective le pidió que describiera la ropa con la que se encontraba aquella noche, pero no pudo responder ya que aseguró no recordarla. Estaba por realizar la tercera pregunta cuando Lady Campbell lo interrumpió diciendo:
-¿Acaso está acusando a mi hijo de algo, detective?-. Él negó aquella acusación, alegando que sólo eran preguntas de rutina. Por último, le peguntó si sabía qué licor era el que tomaba su tía.
-El whisky, obviamente- respondió seguro a lo que el detective retrucó:
-¿Cómo sabe que es el whisky si no la visitan desde hace dos años? El consumo de este licor comenzó en ella hace sólo dos meses. ¿Tiene algo que decir?-. Christopher se puso nervioso y comenzó a tartamudear. Por su parte, Lady Campbell, intentó objetar, pero el detective la interrumpió:
-Christopher, ¿cómo lo sabe? ¿Acaso no concurrió a la casa de su tía esa noche para contarle sobre las nuevas noticias que tenía en la compañía? ¿No fue en aquel instante, cuando estaba sirviendo dos vasos de whisky para brindar, que le volcó aquel líquido que quema el estómago y lo hace ver como si fueran úlceras? -¡Conteste!-. Christopher rompió en llanto debido a la presión que tenía encima de sus hombros. Habían descubierto su plan, había fracasado y ahora sería sentenciado a muerte por ello.
-¡Es verdad!- dijo entre llantos -¡Yo lo hice! ¡Yo la maté! ¡Debía saldar las deudas que tenía y sólo a través de su fortuna podía! ¡Ya no nos queda nada, nada desde que…!-. Tal y como se había planeado, los oficiales apresaron a Christopher y Lady Campbell, acusados de homicidio y conspiración, pero el trabajo del detective no había finalizado ahí. Se acercó con paso acelerado a Christopher y agarrándolo de la cara le preguntó
-¿Antes de quién? ¡¿Antes de quién?!-.
-¡De los Jabalíes Rojos!- respondió y la policía se lo llevó. Un día más tarde el detective concurrió a la cárcel de Londres para tomar la declaración de Christopher. Cuando abrieron la puerta de su celda, hallaron el cuerpo del muchacho sin vida. Semanas después apareció la noticia en todas las portadas de los periódicos, pero él sólo tenía algo en mente “Los Jabalíes Rojos”. Durante días y noches no había hecho otra cosa que estar encerrado en su oficina con todos los registros de homicidios de la aristocracia que habían ocurrido en los últimos años y que habían sido cometidos por sus familiares o amigos. Todos fueron llevados a cabo por el mismo método: envenenar el licor y parecer que habían muerto por enfermedad. Así pudo concluir que Los Jabalíes Rojos se trataba de una organización de contrabando donde sus miembros formaban parte de la aristocracia europea. Iba a dejar atrás todo aquello en lo que había trabajado, ahora tenía un nuevo objetivo: desmantelar a los Jabalíes Rojos.
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