sábado, 17 de febrero de 2018

“Contate un cuento X” Mención de honor de Categoría D: “Calma” - Por Paola Andrea Rinetti del Partido de Tres de Febrero

            Un leve portazo la arrancó de su abstracción. Oyó la llave girar en la cerradura y, a continuación, un auto que permanecía en marcha se alejó hasta hacer el sonido de su motor imperceptible.
   Se incorporó y fuertes rayos de sol le encandilaron el rostro. Las gruesas cortinas azules   se hallaban desplegadas y sujetas hacia ambos lados, liberando por completo la vidriada ventana. Se puso de pie y abandonó la ordenada habitación en dirección al comedor.
  Se recostó en el amplio sofá de 3 cuerpos, encendió la tv y permaneció allí durante largo rato, haciendo zapping y deteniéndose por momentos en los canales que transmitían novelas extranjeras.
  Fuera, los obreros de las casas vecinas ya habían reanudado sus tareas diarias de construcción, las cuales se extendían como todos los días desde muy temprano en la mañana hasta las primeras horas del atardecer.
  Acomodó su cuerpo en la mullida superficie y allí transcurrió toda la mañana, hasta que el mediodía desplazó de los canales de cable las novelas para comenzar con la transmisión de los noticieros. Apagó la tv y se puso de pie. Recorrió el comedor, luego la pequeña cocina y salió al patio.
 La llegada de la primavera ya había hecho florecer el centenar de flores que, hasta hacia unas semanas, permanecían como pequeñísimos pimpollos. El césped y los árboles estaban más verdes y tupidos que nunca, y su color contrastaba con la diversa gama que presentaban las flores. 
  Caminó por el pasto recorriendo todo el patio trasero, deleitándose con los diversos aromas que la naturaleza le brindaba. Fresias, jazmines, lavandas, tilos…todo un coctel de fragancias que nada tenía que envidiarle al mejor perfume francés.
  Se recostó sobre un colorido aguayo cuyos extremos se afirmaban a dos robustos troncos, improvisando un tipo de hamaca. El vaivén de su cuerpo la balanceo hacia un lado y hacia el otro, y se adormeció observando las numerosas aves que curioseaban entre las flores.
  Los pequeños niños de la casa vecina la despertaron con su ruidoso jugar. La medianera era débil, minúscula, tan solo compuesta por un alambrado de un metro de altura cubierto por una tupida enredadera. Nada sólido ni vigoroso aislaba los sonidos, por lo que era casi como si los molestos pequeños estuvieran jugando con ella en su jardín. No los veía, pero sí los oía, y a la perfección. Y también sabía que por ser viernes permanecerían toda la tarde allí; correteando, peleándose, gritando y destruyendo cuanta planta se cruce en su camino, mientras su madre trabajaba y su padre colaboraba en la construcción de la vivienda.
Abandonó la hamaca e ingresó nuevamente a la casa. Atravesó con lentitud la cocina y el comedor, dejando rastros de tierra y césped tras de sí,  y arribo al jardín delantero, de dimensiones similares al patio; amplio, colorido, muy barroco en lo que a plantas y flores respecta. Un pequeño cerco de madera lo delimitaba, separándolo de la vereda y de las casas vecinas.
Se sentó en uno de los tantos escalones cementados que conducían a la portezuela de ingreso del cerco y, bajo los cálidos rayos de sol, observó la vida diaria y cotidiana de la cuadra. Perros que jugaban, niños que iban y venían, grupos de amigas haciendo ejercicios. Sintió nostalgia y añoranza.
  Se puso de pie, bajó los peldaños restantes, atravesó el cerco de madera y se dispuso a caminar por aquel pequeño barrio cerrado de casitas de cuento.
Recorrió todas y cada una de las cuadras, observando con detenimiento las viviendas y sus detalles: algunas simples, otras de dos y hasta de tres plantas; algunas con cercos y rejas, otras conservando su frente libre; algunas de colores neutros, otras más vividas y de más matices; algunas con árboles y flores a la vista, otras sin nada de esto. Las opciones eran ilimitadas; y, siempre, descubría algún detalle más que hasta el momento se le había pasado por alto.
Cruzó las plazas, plazoletas y bulevares que se repartían por diferentes puntos del lugar, todos ellos decorados con flores, arbustos y pequeños pinos.
Cuando el sol comenzó a caer y la temperatura a descender, decidió regresar, repitiendo el mismo circuito.
Vio a los niños salir del colegio y a los adultos regresar a sus casas luego de su habitual jornada laboral; vio a algunas personas vestidas con ropas deportivas abandonar sus hogares para correr o realizar algún deporte, y a otras regresando luego de haber hecho algo similar; vio a la redonda y luminosa luna elevarse en lo alto y apoderarse del cielo; vio a las calles volverse progresivamente desiertas.
Llegó al frente de la casa, atravesó el jardín delantero, subió la escalerilla cementada e ingresó.
El comedor estaba en penumbras; ya casi había anochecido por completo. Se dejó caer en el mullido sillón de la sala y se recostó boca arriba, mirando el techo.
El rugido del motor del auto se oyó a lo lejos, y el volumen del mismo fue creciendo hasta finalmente apagarse, una vez que estuvo estacionado en la acera frente a la casa.
Se oyeron puertas abrirse y cerrarse, luego un correteo y, finalmente, la llave penetrando en la cerradura. Se puso de pie.
Una mujer joven ingresó en la casa; hablaba por celular afirmando el aparato a su oreja con el hombro y sostenía un maletín con la extremidad del mismo lado.  Encendió la luz y, con la mano libre, condujo hacia la cocina a un pequeño niño que cargaba una mochila escolar quien, mientras se desplazaba obligado por su madre, saludaba de forma efusiva y con una sonrisa en el rostro a la delgada y traslucida muchacha que, al tiempo en que le devolvía el saludo,  se fusionaba lentamente con la pared y desaparecía.

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