domingo, 19 de enero de 2025

El gesto de Laudor Por MANUEL UGARTE

 Una tarde en que Gracián jugaba con sus perros a lo puerta del castillo, acercóse a él una de sus víctimas, Laudor, y le habló de esta manera: 

—Tus graneros están atestados de provisiones, tus bodegas llenas de jugo de la vid, tus ojos impregnados de felicidad. ¿Cómo consientes que suframos nosotros?

Por toda respuesta, Gracián el Rudo hizo un gesto para llamar a sus escuderos, y éstos se precipitaron sobre Laudor y le apresaron. Pero mientras le ligaban las manos detrás de lo espalda, se entabló este diálogo:

—¿Por qué nos niegas el. trigo que hacemos brotar de la tierra con nuestro trabajo? 

—Porque las tierras son mías. 

—¿Por qué nos arrojas de las viviendas, donde podríamos encontrar abrigo?

—Porque las necesito para mis caballos. 

—¿Por qué nos persigues y nos diezmas, por qué nos obligas a morir en guerras cuyo motivo ignoramos; por qué nos impones tu capricho? 

—Porque soy el más fuerte. 

Pero en la vida ninguna situación es segura. Pocos meses después, en una de esas bruscas sublevaciones de la Naturaleza, que parece querer vengarse de la tiranía de los humanos, el río correntoso que pasaba al pie del castillo se arremolinó y desbordó sobre los campos, desgajando los árboles, arrasando las cosas y sembrando la desolación.

Gracián el Rudo, que se hallaba cazando en sus tierras, quiso volver al castillo, cuyas torres macizas surgían de la confusión como dos brazos inmóviles y gigantescos. En la ventana más alta distinguió la silueta de Laudor, su prisionero, que ayudándose con una larga cuerda salvaba a algunas de las víctimas de la catástrofe.

Sosteniéndose en las maderas que flotaban, Gracián consiguió llegar hasta el pie del castillo. Al principio Laudor fingió no verle; después se entabló este diálogo:

—Has salvado ya a muchas gentes; no tienes más que volver a soltar la cuerda: ¿cómo puedes dejarme perecer? Laudor se encogió de hombros.

Pero Gracián, extenuado y a punto, de sucumbir, insistió: 

—¿Por qué me niegas la ayuda de tu brazo? —suspiró. 

—Porque mi brazo es mío —contestó Laudor. 

—¿Por qué te desinteresas de mí, por qué me condenas a desaparecer? —gimió el tirano.

—¡Porque soy el más fuerte! —contestó el prisionero. 

Las aguas, arremolinadas y confusas, saltaban en espumarajos y se retorcían. El náufrago .trataba de sostenerse. Un minuto más, y desaparecería para no volver... Entonces Laudor tuvo un gesto inmenso. "Después de todo, es un hombre", pensó.

Y le arrojó la cuerda.


Publicado en la revista "Anteojito" , año III Nº81 del 9 de junio de 1965






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