Un campesino compró en la feria seis hermosas ciruelas para
repartirlas entre él, su mujer y sus cuatro hijos.
De vuelta a su casa, entregó a cada uno de los muchachos una
ciruela, diciéndoles:
—A ver cuál de vosotros hace mejor empleo de ella.
Al día siguiente, llamó a su hijo mayor y le preguntó:
—Vamos a ver, Iván: ¿Qué hiciste con la ciruela?
—Me la comí, padre —respondió el muchacho—; estaba
riquísima. Pero guardé el carozo y cuando llegue la época de sembrarlo, lo
plantaré en el huerto. De aquí a unos años, ya podremos tener ciruelas.
—Muy bien, hijo mío —aprobó el campesino—. Veo que eres
previsor, y eso me agrada en extremó, pues tu porvenir está asegurado y pasarás
tus últimos años en paz.
Luego hizo venir al segundo de sus hijos.
—Padre —dijo éste. Yo comí la ciruela que me habías dado y
la mitad de la que diste a madre: como los carozos no me servían, los tiré.
El campesino torció el gesto.
—Mal hecho, hijo mío; si hubieras seguido el ejemplo de tu
hermano, serían dos ciruelos los que habríamos plantado en el huerto, y mayor
cosecha habríamos obtenido. Eres imprevisor y glotón, pues le quitaste la mitad
de la fruta a tu madre. Corrígete de esos defectos, que pueden conducirte por
mal camino.
Sergio, el tercero, se adelantó, y sin esperar a que el
padre le preguntara, dijo:
—Padre: yo recogí los carozos que tiró Vanka, saqué las
almendras que tenían dentro y me las comí. En cuanto a la ciruela, se la vendí
a Teodor, quien me dio por ella tantos "kopeks" que mañana podré
comprar en la feria una docena. Me comeré dos y venderé las diez restantes, y
así, aumentaré mis ahorros.
—Tu modo de proceder no me agrada —dijo el campesino con
tristeza—; porque veo que eres egoísta y avaro. Nunca te faltará qué comer;
pero, ¡ay del infeliz que llame a tu puerta en demanda de un pedazo de pan!
Malo es tirar las cosas y no pensar en el porvenir, como ha hecho Vanka; pero
peor es pensar exclusivamente en sí mismo y vender al prójimo por el triple de
su valor lo que no nos costó absolutamente nada. Ten cuidado y lucha contra
esas dos funestas inclinaciones que agostarán tu corazón. Y tú, hijo mío
—añadió el campesino dirigiéndose al menor—, ¿qué hiciste con la ciruela?
Sacha se adelantó
confuso, bajando la cabeza.
—Padre —contestó—; Nikka, el hijo de nuestra pobre vecina,
está muy enfermo, y para aplacar la sed que la fiebre le produce le di a comer
la ciruela. Si he hecho mal. perdóname,
—¿Perdonarte? —exclamó el campesino con los ojos llenos de
lágrimas—. Ven a mis brazos, hijo mío: tú eres el que verdaderamente ha hecho
mejor empleo del regalo que yo os había dado; porque la caridad es lo más
hermoso de la tierra; lo único que consuela al corazón.
Extraordinario el mensaje; ojalá ese valor permeara en la actualidad.
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