En la plaza hay un niño solitario,
y es la suya la inmovilidad del
hierro…
Los demás, dan vuelta en la ronda y
ríen
alrededor de una estrella
imaginaria;
una multicolor estrella de luz
indescriptible
que hace saltar, correr y crecer
alas.
Otros suben a mágicas cruces
que llevan hacia un cielo de
baldosas ásperas,
mientras que sólo, inmóvil, bajo un
árbol
hay un niño quieto en un trono de
plata.
Un niño que está quieto, triste y
pensativo
cuando es tiempo de los vientos, de
las tierras, de las aguas;
cuando es tiempo de la sangre que
explota brevemente
y la carne que comienza a ponerse
en la balanza.
Ese niño sin nombre está sentado, y
su pupila
se llena de la vida de la plaza.
Su corazón se agranda por un dolor
oculto
que aún no comprende. Pero luego
cuando a lo lejos suena, bronce y
viento, la campana,
sonríe dulcemente, y sus manos
acaricia Dios en la mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario