En el Bar Savoy, Balcarce, provincia de Buenos Aires, Argentina, existía una mesa donde, por algún extraño conjuro, todas las parejas se sentaban para separarse. De cada ruptura, de cada pareja, poca cosa quedaba: dos tacitas de café tibio y lágrimas. Lágrimas de hombre, lágrimas de mujer, lágrimas de hombre y de mujer.
Chuleta, el mozo, levantaba las tazas, limpiaba la mesa, pero le daba cosa pasar su mugroso trapo rejilla por las lágrimas, y las secaba con su pañuelo de saco. Así, este pañuelo acumuló muchísimas lágrimas de ruptura que le confirieron un inmenso poder: podía reparar cualquier cosa rota que tocara.
Muy pocos sabían de la existencia de este pañuelo. Un día, el Turco Alcoyana me avisa que Chuleta quería hablar conmigo. Nos encontramos en la vereda del Savoy. Chuleta me lleva al frente de la Casa Boo y me cuenta:
-Bueno pibe, el Turco ya te habrá hablado de este pañuelo reparador. Te cuento rápido la historia. Me di cuenta de su poder cuando advertí que si ponía los billetes de propina en el bolsillo del pañuelo, cuando los sacaba al terminar la noche estaban impecables, siendo que, como todos sabemos, la gente deja de propina el billete más maltrecho [1] que tiene. En un principio me pareció divertido, no tenía idea de la dimensión del poder del pañuelo y lo usaba para boludeces; para arreglar las asas rotas de las tacitas de café, para reparar los vasos rajados y cosas así. Un día le reparé una rajadura en la tapa de cilindros del Valiant a Marmorato y me empecé a asustar.
-Pero eso es fantástico!
-Si, sin duda es fantástico, pero eso no siempre es positivo. Me entusiasmé, usé el pañuelo desmesuradamente; comprobé que podía reparar cualquier cosa, material o no, y me di cuenta que eso no era bueno: no tenía miedo de romper nada, porque podía reparar cualquier cagada que hiciera. Y sabés una cosa pibe, es muy difícil vivir sin miedo. El miedo te moviliza. Sin miedo todo se vuelve gris clarito, casi blanco. No podés ser guapo ni cagón. La vida se te vuelve una sucesión de continuos y ahí estoy yo inmerso con mi esposa. Sin miedo a perderla voy dejando de amarla. No la celo, porque no temo perderla; tampoco la extraño, porque extrañar también exige miedo. Quiero amarla o dejarla, pero no puedo lograr ninguna de las dos cosas. Cada vez que intento rajarme de casa, al verla llorar agarro el pañuelo y todo vuelve a comenzar. Así, este fantástico pañuelo de mierda me fue encerrando y es mi condena. Lo lavé con agua, lavandina, aguarrás y nada ¡Su poder permanece intacto pibe! Intenté romperlo, quemarlo, pero no hay caso, se repara solo y aquí está, siempre listo para seguir reparando todo, aún aquello que no hay que arreglar!
El mozo balcarceño se queda callado un instante y termina: -Te conté todo esto porque no quería engañarte y quería que supieras la verdad de este pañuelo. Te cité porque Alcoyana me contó que sos mago y creo que te vendría bien para tus presentaciones. Si lo querés, es tuyo. Te lo voy a agradecer toda mi vida.
Me dio miedo y no supe que hacer. Le dije Gracias Chuleta, lo voy a pensar. Le di un abrazo y me fui caminando y pensando para casa. Saco las llaves del bolsillo de la campera y cuando voy a abrir la puerta veo que mi viejo y cachado llavero ¡estaba impecable! Reviso en el bolsillo… y encuentro el pañuelo!
Así fue como Chuleta me endosó este pañuelo de mierda. A veces lo odio, pero a veces hasta le estoy agradecido. Muchas veces intenté borrar todo rastro de este cuento, pero otras tantas lo recuperé con el pañuelo, porque me dio miedo de no escribir nunca más otra cosa. Ese miedo me tranquilizó. Algo había cambiado.
Nota: Este cuento es un desprendimiento de un guión de un juego de magia que ya representaremos en Letra y Música cuando SyZed termine el tema: “Dame miedo, mi pañuelito reparador”
[1] Es el billete que queda en el exterior del grupo de billetes;después de ordenarlos por valor, cabeza con cabeza y los más rotos afuera. Esto hace un amigo mío, que también esconde el cambio para no se lo vea el kioskero!!!
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