sábado, 22 de febrero de 2014

Tarde de un hombre aburrido - Por Micaela Trinaroli

                 En blanco, es desesperante ver la hoja tan vacía. Quiero escribir algo, pero ¿qué? Esa es la pregunta que me detiene. Nada en mi mente tampoco, será porque estoy concentrado en lo que no logra llegarme al cerebro o por seguir mirando a lo único que mis ojos ven. Es molesto, mi vista sólo da al papel sin nada escrito en él y a mi mano inmóvil aferrada al lápiz. Como si un hechizo la hubiera congelado. Trabado, mis pensamientos no logran fluir. Ninguna palabra aparece para librar la tensión entre la libreta y yo. Me sumerjo en la profundidad de la nada. En este momento, el único color que conozco, blanco. Será que si me meto en ese abismo encuentre más que nada, tal vez colores. O será que se ocultan de mí y ríen porque no pude ni mover la derecha. Y me enfoco en el blanco. Escucho cómo el viento choca contra la ventana, los vecinos discuten arriba, los perros ladran a lo lejos y el toque de cada segundo del reloj. Tic tac, tic tac. Repentinamente, sólo logro captar mis propios latidos. Ya no hay nada más alrededor. Otra vez la hoja y yo, enfrentados. Cara a cara, esperando que alguno, yo o mi mano, se mueva. No puedo escribir, entonces lo que debería hacer es relajarme. Ninguna inspiración vendrá a mí si me mantengo en la misma posición.
                Suelto el lápiz, siento como cae y tintinea con el escritorio. No puedo evitar que en mi cabeza siga golpeando, suave, la libreta. Ésta es mi derrota, perdí. Por otro lado, una de las tantas otras victorias para la reconocida “hoja en blanco”. Pero no puedo rendirme tan fácil, más tarde volveré lleno de ideas y palabras.
Curioso, ahora todo está oscuro, ni cuenta me di que cerré los ojos. Tanta claridad debió agotarme, pero no siento cansancio alguno. Es más, creo que tengo hambre. Debería ir a la heladera para fijarme si tengo algo de comer. Me levanto de la silla decidido y veo que la habitación está completamente desordenada. Pilares de libros ocupan el camino a la cocina, ¿Cuántas cosas tengo? ¿Debía ordenar un poco? Me quedo parado admirando la imagen, pensando en acomodar, y sólo que debería hacerlo. Esas son novelas y cuadernos de estudio de la universidad, en algunas columnas bajas tengo platos sucios y vasos con bichos muertos por ahogo. También la ropa sin lavar que no uso hace semanas. Y detecto la humedad en las paredes en el pequeño departamento de la frágil estructura del edificio mismo. Yo sólo sigo pensando en limpiar.
                Me dirijo ahora a la cocina, el piso de cerámica, además de roto, se siente algo pegajoso. Que sensación más desagradable. Por fin abro la heladera, pero no recuerdo a que venía. Miro vagamente su interior sin prestar atención durante unos minutos y la cierro. Mi estómago comienza a batallar en mi interior y su rugido me recuerda el hambre que tengo. Como un idiota, abro nuevamente el frío contenedor y solo veo una caja de leche. Aunque la suerte no está de mi lado, con darle un sorbo me encuentro obligado a escupir con repugnancia. Resulta estar vencida desde hace mucho. Como consecuencia tiré todo el líquido al piso, ahora está peor que antes, que molestia. En realidad, es mía la culpa, debí fijarme en la etiqueta la fecha. Debo arreglar esto, no lo puedo dejar así como a todo lo demás, tirado y sucio. Agarro el trapeador que no podría estar más seco, corro los platos de la pileta y lo mojo con un poco de agua de canilla. Listo, con pasarlo varias veces estará bien. Pero la montaña de platos sigue ahí. Mejor los lavo y traigo los que están en la sala. Mientras refriego la suciedad pienso, debería hacer algo con los insectos que se esconden y la comida que me falta. Pero para salir a comprar tendría que bañarme, buscar ropa limpia y dinero. Que molestia son estas manchas que no quieren irse de la vajilla, encima se me resbalan, ya veo que por esto se termina rompiendo algún plato. Decido entonces dejarlos en remojo y más tarde lavarlos bien.
                Me dirijo al baño atravesando el laberinto de libros. Abro la ducha y mientras espero que caliente, me miro al espejo. Yo mismo me doy asco. Me saco la ropa que llevo puesta y me meto sin dudarlo. Siento como el agua choca contra mi cuerpo desnudo, quitándome grandes tensiones. Está algo tibia, suficiente buena para mí; por alguna razón imaginé que por mi suerte estaría fría. Me mojo el cuello, elevándose lentamente la temperatura, retirando todos mis pensamientos negativos. Me somete a una paz muy cómoda. Lástima, no puedo quedarme por mucho así. Cierro la canilla y me seco con una pequeña toalla que tengo cerca. Vuelvo a mirarme al espejo, no me cuesta nada ¿verdad?, afeitarme un poco. Ya parezco un vagabundo. Tomo una lata con crema, con cuidado y suave corto arrastrando la maquinita de afeitar. Me lastimo con la filosa hoja, rápidamente me limpio con la toalla. La mantengo presionando contra mi rostro. Al soltar veo la pequeña mancha de sangre proveniente del costado izquierdo de mi cara. Sólo debo vestirme.
Busco por todos lados algo que ponerme que sea decente, pero no me queda otra que volver a ponerme lo que tenía antes. Me acerco a la ventana para ver si al final iba llover como mencionaron a la mañana. Abajo en la calle veo que hay mucha gente reunida, ¿qué será? ¿Habrá pasado algo? Parece que la policía está apartando a las personas del edificio de al lado. Tal vez algún loco quiera saltar, pobre infeliz, si se trata de tener sus propias razones para matarse no hay nada que yo pueda hacer. Sería mejor si me quedara por no querer moverme por el mar de gente.
Me acuesto en el sillón mirando al techo y digo en voz alta:
-  Ésta tarde no hice nada productivo, veré que hacer después.
Los párpados comienzan a pesarme, mi última imagen es el flash de luz que me avisa que se me quemo la lamparita. Pero eso sólo ayuda a tranquilizarme más. Es irónico, empecé en blanco y ahora estoy pensando demasiado. Suelto una risa corta sintiéndome cada vez más estúpido. Los ruidos no me molestan, no tengo intención alguna de levantarme, ya nada importa, ni siquiera el hambre. Sólo quiero descansar.
Se escucha una explosión fuerte que me envía una corriente de aire que rompe mis ventanas. Un calor inmenso se acerca, ¿Qué es eso? ¿Por qué? Mi cuerpo no quiere responder, siento el movimiento de mis extensiones nerviosas agitarse por sí solas. ¿Es miedo lo que me recorre el interior? El calor se acerca más y más. Fuego, todo se está quemando. Mi cuerpo no lo soporta me levanto buscando la puerta para salir, pero no están las llaves. Mis oídos no perciben nada y veo hacia atrás el departamento, los libros, la ropa y los platos están volando y ardiendo. Empiezo a levitar yo también, ¿estoy contradiciendo la gravedad? No, es más, ella se está llevando el edificio abajo. Me golpeo con la pared, con la puerta y finalmente estoy en lo que creo es un piso. No dura mucho la sensación de haber terminado, porque un gran bloque de techo me caerá encima. Grito con todas mis fuerzas, no voy a poder salir de ésta. No importa, de todas formas no hay nada por lo que quiera vivir. Y ahora, negro.

- - - - - - - - - - - - - 

                ¿Qué es esto? Hay mucha luz, ¿estaré muerto de una vez? Que relajante de alguna manera. No tendré que preocuparme por lo que haré o lo que debería hacer nunca más. No. Algo no está bien, el ruido de una máquina me despierta de mi ilusión santa.
-          Menos mal que despertaste – la voz joven de una mujer muy bonita me devuelve a este mundo – estaba preocupado el doctor porque no sobrevivieras.
Una enfermera, ningún ángel. Una cama levadiza, no alas. Bueno, todavía estoy vivo, tendré que ver después que debo hacer con mi vida. Pero ahora, mi mente empieza a llenarse de preguntas y solo se me escapa una.
-          ¿Qué pasó?
-          Te encontraron los bomberos que fueron a apagar el incendio por el bombardeo de un edificio, en el que estabas. Hubo una amenaza de bomba y explotó. Parece que nunca te enteraste. Supongo que tenés hambre no te muevas que ya te traigo algo.


La veo salir del cuarto cerrando suavemente la puerta. No puedo creer que haya pasado tanto, cuando no hice nada. No quiero seguir despierto, mis ojos no quieren mantenerse abiertos. Y girando la cabeza a un costado caigo en sueño una vez más ¿Por qué, otra vez, en blanco?

1 comentario:

  1. los espejos y los niños son abominables porque te reflejan y te multiplican, nunca mas de acuerdo con Jorge Luis Borges. Excelente cuento Mica. GET

    ResponderEliminar