Iba al campo de lidia un caballo luciente,
por forzar a una dama su señor, insolente.
Las armas bien llevadas, se sentía muy valiente.
Un pobre asno maltrecho iba ante él, lentamente.
Con las patas y las manos y el muy lujoso freno,
el caballo soberbio más ruido hacía que un trueno;
las otras bestias se espantaban ante ser tan poco ameno:
el asno gran miedo tuvo y no fue para él bueno.
El pobre asno a duras penas con la carga luchaba;
como poco y mal andaba, al caballo estorbaba;
en medio de la cuesta éste lo derribaba;
"¡Asno villano y necio!", muy burlón le gritaba.
De un salto entró a la lucha, ligero, apercibido,
creyó ser vencedor y resultó vencido;
en el cuerpo, muy mal de un lanzazo fue herido:
las entrañas le salían. Allí quedó tendido.
Curó de sus heridas, pero no es ya el que era;
su trabajo es arar e ir a la leñera,
a la noria, al molino y a la sementera.
Así pagó el tributo que el amo pagar debiera.
Por el yugo, tenía desollada la cerviz,
por caer de morro al suelo, hinchada la nariz;
las rodillas peladas y una gran cicatriz;
ojos tristes y hundidos, parecían de perdiz.
Los cuadriles salidos, sumidas las ijadas,
el espinazo agudo, las orejas dobladas.
Cuando así lo vio el asno, rió a carcajadas.
Dijo: "¡Compañero soberbio! ¿Y tus baladronadas?
¿Dónde están tu noble freno y tu dorada silla?
¿Dónde están tu soberbia y afanes de rencilla?
Vivirás desde ahora en pobreza que humilla,
en tu triste figura tienes la peor mancilla."
Aquí tomen ejemplo y lección cada día
los que son muy soberbios y se creen de valía;
que fuerza, edad y honra, salud y valentía
no pueden durar siempre y se nos van un día.
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