Sarmiento que presidía la corporación y Guido y Spano que era uno de sus vocales, ocupaban durante las sesiones las cabeceras de la mesa de reunión.
Cierta vez, como Guido combatiera determinadas ideas de Sarmiento, éste le dijo: -Pero usted me contraría siempre, cuando no domina estos asuntos que yo conozco a fondo. Usted no se da cuenta que de que yo soy una autoridad en la materia y pretende hacerme discusiones a cada paso, en vez de inclinarse ante mi opinión. Y Guido le respondió: -Es que yo no sostengo juicios caprichosos e improvisados y puedo robustecer mis razones con las de respetables autores. -¿ Que autores son esos?, preguntó Sarmiento. -Yo no vengo al consejo cargado de libros, replicó Guido pero tengo a la mano uno muy importante y voy a leer algunas páginas decisivas. Sarmiento adelantó con los dedos el formidable pabellón de su oreja derecha y se puso en situación de oír aquello atentamente. Guido leyó con su maestría de siempre, un largo y luminosos fragmento de la obra de a que se había referido. -¿Y de quién es eso? Interrogó sarmiento con desdén. -De Domingo Faustino Sarmiento, repuso Guido. ¡Y la verdad que está muy bien escrito! Agregó aquel, invitando luego al consejo a pasar a otra cosa.
Recopilación de Anécdotas de Argentinos Célebres. Segunda Serie. pág.236.
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