EL PERRO Y EL LOBO
Un lobo muy flaco y hambriento, todo piel y huesos, se puso a filosofar sobre las tristezas de la vida. Estaba en eso cuando vio delante de él a un perro, pero un perro y pico, gordo, fuerte, de pelo fino y lustroso.
Impulsado por el hambre, el lobo sintió ímpetus de lanzarse sobre él. La prudencia, sin embargo, le cuchicheó al oído: ¡Cuidado! El que se pone a luchar con un perro de éstos sale perdiendo.
El lobo se aproximó al perro con todas las precauciones y dijo:
- ¡Bravo! Palabra de honor que no vi nunca a un perro más gordo ni más fuerte. ¡Qué piernas robustas, qué piel lustrosa! Se ve, amigo, que se cuida muy bien . .
- ¡Es verdad! respondió el perro. Confieso que llevo una vida de hidalgo. Pero, amigo lobo, supongo que usted también puede llevar la misma buena vida que yo ...
- ¿Cómo?
- Basta que abandone esa vida errante, esos hábitos salvajes y se civilice como yo.
- Explíqueme mejor eso pidió el lobo con un brillo de esperanza en los ojos.
- Es fácil. Yo le presentaré a mi señor. El, claro está, simpatizará con usted y le dará el mismo trato que a mí: buenos huesos de gallina, restos de carne, una perrera con paja seca. Además, mimos a toda hora, palmadas amigas, un nombre.
- ¡Acepto! respondió el lobo con alegría. ¿Quién no habría de dejar una vida miserable como ésta por una de regalos como ésa?
- A cambio de ello continuó el perro, usted guardará el patio, no dejando entrar en él a ladrones ni a vagabundos, agradará al señor y a su familia, meneando la cola y lamiendo la mano de todos.
- ¡Resuelto! resolvió el lobo, y se marchó a la par del perro en dirección a la casa. Luego, sin embargo, advirtió que el perro llevaba un collar.
- ¿Qué diablos es eso que usted lleva al pescuezo?
- Es un collar.
- ¿Y para qué sirve?
- Para atarme a la cadena.
- ¿Entonces no es libre, no va a donde quiere, como yo?
- No siempre. Paso a veces varios días preso, conforme con el capricho de mi amo. ¿Pero qué importa eso si la comida es buena y llega a hora fija?
El lobo se detuvo, reflexionó y dijo:
- ¿Sabe lo que pienso? ¡Hasta luego! Prefiero vivir flaco y hambriento, pero libre y dueño de mi hocico, a vivir gordo y reluciente como usted, pero con collar al pescuezo. Quédese con su gordura de esclavo, que yo me contento con mi flacura de lobo libre.
EL JUICIO DE LA OVEJA
Un perro de malas entrañas acusó a una pobre oveja de haberle robado un hueso.
- ¿Para qué habría de robar yo ese hueso alegó la acusada si soy herbívora y un hueso para mí vale tanto como un trozo de leña?
- No quiero saber nada. Tú me robaste .el hueso v te voy a llevar a los tribunales.
Y así lo hizo.
Se quejó al gavilán del penacho y le pidió justicia. El gavilán reunió el tribunal para juzgar la causa, sorteando para eso doce buitres de buche vacío.
Comparece la oveja. Habla. Se defiende en forma cabal, con razones semejantes a las del corderito que comió en su tiempo el lobo.
Pero el jurado, compuesto de carnívoros golosos, no quiso atender razones y sentenció:
- ¡O entregas el hueso, o te condenamos a muerte!
El animal tembló: ¡no había escapatoria! ... No tenía huesos y no podía, por consiguiente, restituirlos; pero tenía una vida e iba a entregarla en pago de lo que no había robado.
Así ocurrió. El perro la sangró, la descuartizó, se reservó para sí un cuarto y dividió el resto con los jueces hambrientos, a título de costas.
¡Qué locura, fiarse en la justicia de los poderosos! La justicia de ellos no vacila en tomar lo blanco y decretar solemnemente que es negro.
EL TORDO Y EL BUITRE
Era al atardecer. Moría el sol en el horizonte mientras las sombras se prolongaban en la tierra. Un tordo cantaba tan lindamente que hasta los naranjos parecían absortos escuchando.
Se retuerce de envidia el buitre y se queja:
-Apenas abre el pico ese pajarito y el mundo se queda encantado. Yo, mientras tanto, soy un espantajo del cual todos huyen con repugnancia ... Si él llega, todo se alegra; si me acerco yo, todos retroceden ... El, dicen, trae la dicha; yo, el mal augurio. La naturaleza fue injusta y cruel conmigo. Pero está en mí corregir la naturaleza; lo mato y de ese modo me libro de la labia que me producen sus gorjeos.
Pensando así, se aproximó al tordo, que al verle dispuso las alas para la fuga.
-¡No tengas miedo, amigo! Vengo para estar más cerca a fin de gozar mejor de las delicias del canto. ¿Piensas que por ser buitre no atribuyo valor a las obras maestras del arte? ¡Vamos, canta! Canta junto a mí aquella melodía con la que extasiabas hace poco a la naturaleza.
El ingenuo tordo dio crédito a aquellos graznidos mentirosos y permitió que se aproximase el buitre traidor a él. Pero éste, una vez que le tuvo a su alcance, le dio tal picotazo que le hizo caer moribundo.
En los estertores, con los ojos ya vidriosos, gimió el pajarillo:
- ¿Qué mal te hice para merecer tanta ferocidad?
- ¿Qué mal? ¡Esa sí que es buena! ¡Cantaste! . . . Cantaste divinamente bien, como jamás cantará un buitre. Tener talento: ¡he ahí el gran crimen! . . .
EL GALLIPAVO MEDROSO
El gordo gallipavo y el lindo gallo solían subirse por la noche al mismo árbol. La zorra los descubrió cierto día y llegó muy contenta, lamiéndose el hocico, como quien dice: "Tenemos hoy comida sabrosa".
Se acercó. Al descubrirlo el gallipavo tuvo tal susto que por un tris no se cae del árbol. Pero lo que el gallo hizo fue reírse; y como sabía que la zorra no treparía al árbol, cerró los ojos y se adormeció.
El gallipavo, alarmado, medroso como era, temblaba como varas verdes y no perdía al enemigo de vista.
- Al gallo no lo atraparé, pero éste me caerá en el buche, sí ... pensó para sí la zorra.
Y comenzó a hacer muecas, a dar saltos, a roncar, a hacer resonar los dientes, dando la impresión de una zorra loca. ¡Pobre gallipavo! Cada vez más amedrentado no perdía uno solo de aquellos movimientos. Por fin perdió el equilibrio, cayó de la rama y fue a dar en los dientes de la zorra hambrienta.
- ¡Animal estúpido! exclamó el gallo, despertando. Murió por exceso de precauciones. Tanta atención puso en las amenazas de la zorra, tanto se fijó en los peligros, que allá se fue, catapún . . .
La prudencia manda no poner demasiada atención en los peligros.
LAS AVES DE RAPIÑA Y LAS PALOMAS
La guerra de las aves rapaces ¿cuándo tuvo lugar? Hace siglos. Hace milenios. Pero fue una guerra tan terrible que todavía hoy se habla de ella.
Combatían las aves de rapiña águilas, buitres, gavilanes, por causa de un pequeño venado. Y se dividieron en bandos contrarios, en guerra franca. Durante meses el azul del cielo se convirtió en escenario de lucha. Tan pronto duelos singulares; tan pronto ataques de un bando contra otro; tan pronto un grupo que agredía a un enemigo solitario.
¡Y adiós paz del azul! De tanto en tanto, un cuerpo caía, despedazado a picotazos o uñadas; o bajaban en espiral las plumas, o llovían de lo alto gotas de sangre.
Las aves pacíficas de la tierra, asustadas con aquellos horrores, decidieron intervenir. Escogieron como mensajera a la paloma.
- Vete tú, que eres símbolo de paz, y reduce a la razón a aquellos locos furiosos.
La palomita fue a conferenciar con los jefes, y habló con tanta elocuencia que escucharon y firmaron un tratado, comprometiéndose a no volverse a devorar jamás unos a otros.
Pero lo que sucedió después degeneró en calamidad para los apaciguadores. Armonizados entre sí, los rapaces se respetaron unos a otros, pero comenzaron a emplear toda la fuerza cíe sus picos y todo el filo de sus garras contra las pobres palomas. Y fue una matanza sin tregua que dura hasta hoy y durará eternamente.
Y las palomitas comenzaron a murmurar, en un triste lamento:
- ¡Qué locura la nuestra, esa de restablecer la armonía entre los rapaces! La buena política mandaba hacer justamente lo contrario dividirlos todavía más.
EL ANCIANO, EL NIÑO Y EL BURRO
El anciano llamó al hijo y le dijo:
- Vete al prado, trae el burro y prepárate para ir a la ciudad, que quiero venderlo.
El niño fue y trajo el burro. Le pasó la raspa, le enjaezó y partieron ambos a pie, llevándolo por el cabestro. Querían que llegase descansado para impresionar mejor a los compradores.
De repente oyeron:
- ¡Esto sí que es bueno! exclamó un viajero al verlos. ¡El animal vacío y el pobre viejo a pie! ¡Qué disparate! ¿Será promesa, penitencia o idiotez ... ?
Y se fue, riendo.
El anciano consideró que el viajero tenía razón y ordenó al niño:
- Arrea el burro, hijo mío. Yo iré montado y así taparé la boca a la gente.
Tapar la boca a la gente, ¡qué locura! El anciano comprendió esto más adelante, al pasar junto a un grupo de lavanderas, ocupadas en lavar la ropa en un arroyo.
- ¡Qué gracia! exclamaron éstas. El hombretón montado con toda calma y el pobre niño a pie . . Hay cada padre malvado en este mundo de Cristo . . . ¡Jesús!
El anciano se indignó y, sin decir palabra, hizo señas al hijo para que montase en la grupa.
- Quiero ver qué dicen ahora
Pronto lo oyó. El estafetero del correo se cruzó con ellos y exclamó:
- ¡Qué idiotas! Quieren vender el animal y van los dos montados a la vez . . . Así, mi viejo, lo que llega a la ciudad no es ya un burro, es la sombra de un burro . .
-Tienes razón, hijo mío, no hay que abusar del animal. Yo me apearé y tú, que eres liviano, irás montado.
Así hicieron, y marcharon en paz un kilómetro, hasta que se cruzaron con un individuo que se quitó el sombrero y saludó al pequeño respetuosamente.
- ¡Buenos días, príncipe!
-¿Por qué, príncipe? preguntó el niño.
-¡Esa sí que es buena! Porque sólo los príncipes andan así, con lacayos en las riendas . . .
-¿Lacayo, yo? exclamó furibundo el anciano. ¡Qué desatino! Baja, baja, hijo mío, y carguemos el burro a cuestas. Tal vez esto contente al mundo . .
Ni así. Un grupo de muchachos, viendo la extraña cabalgata, acudió en tumulto, con burlas:
- ¡Oh! ¡oh! ¡Mirad la banda de tres burros, dos de dos pies y uno de cuatro! Queda por saber cuál de los tres es el más burro . . .
- ¡Soy yo! replicó el anciano bajando la carga. Soy yo, porque hace una hora vengo haciendo, no lo que yo quiero, sino lo que quiere el mundo. De aquí en adelante haré lo que me manda la conciencia, importándome poco que el mundo esté o no de acuerdo. He visto que muere loco el que procura contentar a todos .
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