sábado, 10 de octubre de 2015

El Antigal Por Ariel Petrocelli

En tus viejos brazos se quedó el ayer
rescoldo del alma arisca que se fue.
El tiempo en tus manos solas
quedó tendido sobre la luz.
Sangre reseca en la mañana,
llorando siglos a la voz del sol
el grito inca estremeció el dolor.

Silencio descalzo por tu cuerpo va,
las piedras al viento le roban la sal,
los grillos duermen la tarde,
oro desnudo del cerro atrás.
Cavó la boca de tu noche
el oscuro acero de tu negra piel,
para dormirse entre la soledad.

Llorando al calor el llanto del indio
es un manantial febril mojando El Antigal.
Lluvia que viene de Dios.
Antiguo cansancio, lento su andar,
tiene una lanza por el cardón,
y en sus espinas dejó las manos
para la sangre con otro dolor,
y al rayo loco dio su corazón.

El destino de tu nombre fue final
y la luna aquella ya no alumbra más.
La hembra cerró su vientre,
y por la frente se desangró;
dejó sus huellas hacia el norte,
buscó el camino para allá morir,
y como madre lloró también su mal.

Ronda por adentro el "amo sideral".
Anda por tus venas desde que se fue.
Levanta tus ojos negros
para cubrirte muerto y leal.
Clavó su pecho en la roca
como una herida, sin gritar su voz
se oyó en el cielo hecha una maldición.

Llorando al calor el llanto del indio
es un manantial febril mojando El Antigal.
Lluvia que viene de Dios.
Antiguo cansancio, lento su andar,
tiene una lanza por el cardón,
y en sus espinas dejó las manos
para la sangre con otro dolor,
y al rayo loco dio su corazón.

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