Era ciertamente un bruto aquel vaquero de míster Hester que trataba de parisianizarse y que valía millones. Capaz de venganzas viles y de entregarse a derroches y a extravagancias ineptas, podía, no obstante, ser gentil con un poco de fantasía. y tener bellos gestos.
Una noche de mayo en el club, acababa de arruinar por completo al conde del Precourt. Y cuando, después de las fatales jugadas, el noble arruinado se ponía su abrigo, Hester lo acompañó hasta el vestíbulo.
- ¿ Regresa usted a pie a su casa ? Yo lo acompañaré.
Luego, agarrando al conde del brazo, prosiguió :
- Usted tentaba esta noche su último golpe de fortuna, ¿verdad? En la esperanza de rehacerse, usted puso sobre el tapete todo lo que le quedaba... Y todo lo que le quedaba está en mis manos. Pues bien: ¡ Se lo quiero devolver!
Precourt tuvo un sobresaltó.
- Usted no me comprende bien - siguió Hester, - pues no se trata de devolverle el dinero.
El vaquero detúvose para chupar su cigarro, y preguntó:
- ¿Le gustan a usted los caballos?
- Son bestias nobles - replicó Precourt. En otro tiempo yo montaba y ahora frecuento el hipódromo.
- En ese caso, ¿ quisiera usted ocuparse de mi caballeriza de carreras? ¡Oh no se asuste! No le exigiré una técnica rigurosa. Usted tendrá la alta vigilancia de los cracks, de los entrenadores, de los peones. Solamente usted deberá habitar en Chantilly con mis "pura sangre". Usted ocupará un lindo pabellón en la proximidad de las caballerizas pero junto al bosque.
Del Precourt entró en funciones. Garantizado contra las vulgaridades y dispensado de todo trabajo vil mediante una tropa de especialistas, podría ocuparse de la raza equina como artista y como observador. Porque él había venido al mundo con el gusto de lo bello y de lo curioso, y siempre hubo adornado hábilmente su holgazanería. Cerca de cada box una placa llevaba el nombre del inquilino y los de sus padres. ¡Asombrosos pedigríes! Todas esas bestias poseían inscrita; en sus residencias, sus cartas de hípica nobleza, más incontestables que muchos pergaminos.
El conde gustaba, después -del almuerzo, visitar los caballos, llevando los bolsillos llenos de azúcar. Las narices dilatadas y dando relinchos suaves, los caballos se inclinaban hacia la mano del conde. Este se aficionaba cada día más a sus bestias de valor, las que le correspondían con creciente simpatía.
El conde tenía un caballo preferido : "Parsifal". Este equino era hijo inesperado de "Tupinabur" y de "Antinea". Su piel hacía pensar en el pan dorado. Una mancha blanca nevaba graciosamente su testuz. El caballo tenía los grandes ojos tenebrosos y amantes de una odalisca. La caballeriza Hester fincaba sus mejores esperanzas en esta bestia noble. El vaquero del Far West predecía: "Parsifal" ganará el gran premio sentado en una silla. Pero "Parsifal" no ganó el gran premio. No sólo no lo ganó, sino que fue vencido vergonzosamente. Lo cual enfureció a Hester.
Después de echar la culpa al jockey, al entrenador, a Precourt, al cielo, el propietario reconcentró sus iras en el caballo:
- ¡ Esta bestia estúpida! ¡ Este muérgano ! ¡ Esta carroña! ¡ No quiero que me hablen más de él! ¡ Que lo vendan para la carnicería!
Luego, recapacitando:
- ¡ Pero, no! Le reservo algo peor. Y se marchó maldiciente.
Al otro día volvió a la caballeriza de Chantilly, muy temprano. Había bebido toda la noche, para ahogar su mortificación, y no razonando más, dijo:
- He aquí lo que he decidido: Este animal se ha deshonrado. Lo declaro decadente y terminado. Le prohíbo el hipódromo. No volverá a correr jamás... En lo futuro va a servir solamente para tirar la carreta de la basura. Tal era la sentencia burlesca y baja que había nacido en el cerebro de un antiguo niño mimado, de un viejo déspota adulado.
El conde se rebeló:
- Pero, señor: usted no piensa lo que dice. ¡ Usted no puede hacer esto! ¡ Es un pur sang! "Parsifal" no es culpable sino de una debilidad accidental. Pronto tomará la revancha.
Pero Hester repitió:
-"Parsifal" tirará en adelante del carro de la basura de sus camaradas.
Del Precourt comprendió que, so pena de perder su situación personal, su empleo, estaba reducido a obedecer.
- ¡ Comencemos en seguida! - ordenó Hester.
Y fue en el patio principal donde efectuóse la primera demostración del terrible aprendizaje que en concepto del amo equivalía a una degradación. El personal de las caballerizas reunióse allí. Los caballos, sacando las cabezas de sus boxes, miraban los preparativos que no dejaban de inquietarlos. Dos peones habían conducido ya a "Parsifal" hasta el carro maloliente. Salvo Hester, todos asistían a la escena como si se tratara de un crimen.
Así, empujar, ajustar y ceñir, los ordinarios arneses al fino animal era poco fácil y muy innoble. "Parsifal" se enfureció y comenzó a dar revuelos. Sus finas y nerviosas patas, sus flancos, su grupa, se encontraron pronto cubiertos de heridas. La espuma y la sangre se mezclaban en la piel del animal, aquella que había sido como pan dorado... Sus negros ojos de odalisca fulguraban ahora de indignación. Y Precourt la compartía. El caballero veía en "Parsifal" a un noble venido a menos, a un aristócrata caído y víctima de los caprichos del dinero. Veía el emblema viviente de todas las.. decadencias y caídas injustas. Y no pudo contenerse:
- Hester: lo que usted hace es abominable. ¡ No me asociaré ni un minuto más!
Y se marchó antes de ser despedido, para protestar, él - hombre de origen contra esa humillación infligida a una bestia de raza. "La rueda da vueltas", dicen las gentes.
Del Precourt efectuó en poco tiempo muchas operaciones felices; heredó una fortuna y ganó al juego. En el club de marras seguía encontrando a Hester, pero lo evitaba. Mas el vaquero del Far-West tomó un día la iniciativa de un acercamiento.
- ¿Me tiene usted siempre rencor por aquello de "Parsifal"?
- Sí - respondió el conde. - Pero, si usted guarda aún alguna simpatía por mí, véndame ese caballo.
Poco después Piecourt recibía en una de sus caballerizas al animal injustamente degradado por un excéntrico. Ya no relucía el caballo; en la noche de su mirada ya no había brillos. Ya no levantaba la cabeza, briosa y elegantemente.
El conde dio sus instrucciones a fin de que "Parsifal" fuera tratado como un famoso "crack". De modo que se alojó en el mejor box, y se esperó que su nuevo dueño lo empleara como bestia de silla. Hasta que llegó el día de su media rehabilitación...
Pero, apenas el jinete hubo subido sobre el lomo de "Parsifal", la bestia, enfurecida, lo arrojó de un sacudón; y luego quedóse quieta, pasiva, fácil... Minutos después todos vieron que "Parsifal" se encaminaba lentamente, con la cabeza agachada y mansita, hacia la carreta de la basura...
El pur sang había contraído la costumbre de la derrota. Como ciertos grandes señores, se había encanallado...
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