domingo, 4 de septiembre de 2016

Manos Trabajando - Por Héctor Fuentes

        Una tarde de sol ingreso al local de “Manos trabajando”. Los chicos salen a mi encuentro. Se ríen estruendosamente cuando los invito al programa de radio. Se hacen chistes entre ellos, mientras me invitan a pasar del otro lado del mostrador.
Sobre el fondo del local Rosa Flores envuelve canelones. Sin detenerse un instante empieza a contarme la historia. Rosa es la madre de Ramón, el encargado de levantar los pedidos. Juntos forman una verdadera coraza que los protege de todos los maleficios. Juntos han podido doblegar la adversidad, hasta convertirla en un pájaro alegre que se les escapa de la boca. Así se ayudan y se dan fuerza. Así generan un campo magnético indestructible, en donde cada instante se vive con renovada intensidad.
Paulo se acerca y me convida un mate. Paulo Capra es otro de los encargados de levantar los pedidos. Tiene la risa fácil y el corazón contento. Siempre bien dispuesto, viaja de aquí para allá con su mate humeante. Quizás no lo sepa, pero en ese pequeño gesto, lleva el antídoto que derrota el cansancio y distrae por un buen rato todas  las preocupaciones.
Sandra Altuna y Luli Lucero entran en acción. Rodean a Rosa y la abrazan. Allí se cierra el círculo. Allí comprendo todo. La energía circula por los brazos de los chicos y se realimenta a su vez en los brazos de Rosa. En esa danza espontánea le demuestran una vez más cuánto la quieren.
Ella me cuenta que a veces está cansada. Me dice por lo bajo: “Hay días que vengo desganada, acarreando los problemas de mi casa. Pero llego y me olvido de todo. Esto no lo hago por obligación, lo hago para estar con ellos y contenerlos”.
Rosa es un poco la madre de todos. Tira del carro con la fuerza de un verdadero gigante. Tira convencida de que saldrán adelante. Tira porque al tirar, la cuerda se tensa como un arco que dispara una flecha.
El cariño tiene aquí la fuerza de una inmensa usina. ¿De dónde sacan los productos que elaboran? Hay hornos poderosos dentro de cada uno de ellos. Hay mecheros que funden el acero. Y hay sartenes y ollas y mesas enormes que sabiamente combinadas dan por resultado un exquisito plato principal: el noble producto que nace de muchas manos, interconectadas por el mismo corazón.
Esta es una historia que no sabe dar marcha atrás. Cada día es una conquista, y cada conquista alumbra un nuevo día. Miles de esos días conquistados se notan en las caras relucientes de los chicos. Son caras de agradecimiento, caras de bondad infinita, caras expresivas que aprendieron a mirar otro futuro, un futuro luminoso.
Mi insistencia al recordarles la hora y el día del programa, los hace reír. Ríen y me convidan otro mate. Rosa Flores me cuenta que a veces no puede dormir pensando en el pago del alquiler. Su mirada se turba y por allí entran como una ráfaga algunos problemas que la desvelan. Es una mujer firme y fuerte, de ojos cansados pero siempre desafiantes. ¿Cómo no sentir que esos ojos acarician? ¿Cómo no entender en esa mirada la culminación de un sueño?
De pronto las puertas rechinan y la luz de la tarde resplandece desde la calle. Ha entrado un cliente, y los chicos salen a su encuentro.
Otra vez gira la rueda. Los engranajes se mueven y la acción se dispara. Una tarta sale del horno y los chicos la entregan. El cliente dice gracias y saluda contento. Rosa termina finalmente de envolver los canelones. Cuando los cuenta los números no cierran: hay uno de más. Va de yapa, dice, y su risa me contagia. Me despido y los chicos me acompañan. Salgo del local a la vez que entro por la puerta grande de las causas justas.


De su libro “Rueda la pelota”

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