El recuerdo es un paraíso al que todos pueden entrar pero pocos pueden disfrutar. El recuerdo es un laberinto de anécdotas, de emociones, de frustraciones, de miedos y de amores. El recuerdo, la característica más bella y enternecedora de la
vejez. La vejez… fuente inagotable de recuerdos inalterables y vivencias entrañables.
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Son las 8:00 am, el despertador suena con ímpetu y determinación. Mi cuerpo, sacudido por el sonido taladrante que anuncia un nuevo día, se activa. Mi cabeza, no… Sigue adormecida, deseando que la palabra responsabilidad no existiera en el “diccionario de la vida”. Finalmente, abro mis ojos y veo el desértico techo de mi habitación. Contemplando el macizo cielo, lo recuerdo. A mi edad quizá me cuesta recordar “esos detalles”, pero el recuerdo está. Siempre que despierto está ahí y entonces lo revivo.
Tenía seis años cuando sucedió. Con mi madre fuimos a un parque, en el cual me encantaba jugar. Era ella quien siempre me llevaba, hacía años que se había separado de mi padre, el había tenido una enfermedad y mi madre no lo había soportado. No lo conocía. Ella no hablaba, yo no preguntaba. Era uno de esos silencios familiares que nadie se atrevía a romper.
Se sentó en un banco y yo, luego de oír las incesantes reglas de cuidado, salí corriendo sintiéndome el niño más independiente del lugar. No recuerdo a qué jugué o con quién jugué, solo lo recuerdo a él. Entre idas y venidas mis ojos se cruzaron con aquel hombre sentado en el tronco de un árbol. Al acercarme más, noté que tenía entre sus manos un bastón blanco. Automáticamente me di cuenta que un no vidente había captado mi moza atención. Como en todos los niños de mi edad, la curiosidad fue más grande que mi vergüenza. A pasos agigantados arribé para entablar una intrépida conversación con el desconocido. Con la desenvoltura de un cronista y la inocencia de un niño le dije:
-¡Hola! Me llamo Benjamín… ¿Cómo te llamas?
El hombre alertado por sus oídos captó que un niño lo interrogaba. Se incorporó y mirando hacia la nada sonrió y dijo:
-Hola Benjamín, me llamo Santiago… Lindo día ¿Verdad?
-Sí, hay sol y algunas nubes… ¿Cómo sabes que el día está lindo?
-Bueno… A veces podemos ver sin mirar, podemos sentir, oler, tocar o simplemente podemos escuchar.
Quedé absorto. Me senté frente a él y dejé que mi mentón reposara sobre mis manos mientras lo miraba fijamente…
-¿Y no es feo?
-¿Qué cosa?
-No poder ver nada…
-No, no es feo… Aprendes a usar tu cuerpo de otra manera, simplemente te acostumbras, para sobrevivir. Quizás es feo lo que otras personas pueden pensar o sentir de vos, porque no entienden que no ver no es un impedimento, sino que es una forma distinta de percibir todo.
-¿Qué personas piensan eso?
-Las que no comprenden que la superación es la clave del progreso…
-¿Quién dijo eso?
-No lo sé, pero el que lo dijo tenía razón.
No supe qué responder. El grifo de palabras que siempre me caracterizaba se había cerrado, no sabía qué decir. En un momento todo se congeló… Noté que un hilo de melancolía lo envolvía y que una lágrima recorría sin pudor su mejilla. Se refregó los ojos, sonrió y dijo:
-Pero soy feliz… Aprendí a serlo con lo que tengo y con lo que soy.
Le sonreí, no lo conocía pero me sentía feliz por él en ese momento.
-Me tengo que ir Santiago… Me gustó hablar con vos.
-Fue un placer conocerte mi amigo, y recordá siempre que la superación es la clave del progreso. No importa qué te digan o qué piensen de vos. Si vos queres, vos podés.
........
No recuerdo cómo continuó ese día, solo sé que al llegar a casa no podía sacármelo de la cabeza. No le había contado a mi madre, algo me decía que no era buena idea. Aun así cada momento de la conversación acosaba mi joven mente. Y la frase… la parte más sustancial del encuentro, había quedado grabada en mi memoria.
-¡Benjamín!, ¡Hijo!
El grito nominal de mi madre me electrizó y me puso de vuelta en órbita.
-¿Qué pasa mami?
-¿En qué pensás?
-En nada mami…
No me siguió preguntando… Sabía que algo me pasaba, pero no indagó. Me quedé mirándola, se la notaba molesta. Con inocencia pregunté:
-¿Qué te pasa mami?
-Hoy fui a dar el examen de manejo… ¡Fallé otra vez! Nunca voy a poder. ¡Nunca voy a poder!
Nunca voy a poder… ese enunciado recorrió mi mente como un relámpago y en un segundo lo recordé otra vez… sin poder contenerme dije:
-¡La superación es la clave del progreso!
El vaso que mi madre estaba lavando, danzó por los aires y se estrelló en el suelo, produciendo un estruendo ensordecedor. Su cuerpo se había petrificado, sus manos temblaban y una tímida lágrima se atrevió a visitar sus ojos.
Mi cuerpo se conmovió y con expectativa pregunté:
-¿Qué pasó mamá?
Al parecer la pregunta hizo el efecto deseado y la trajo de vuelta.
-Na… Nad… Nada mi amor.
Más lágrimas, quizás inducidas por la primera, también se atrevieron a salir… entonces lo dijo:
-Eso… Lo solía decir tu padre.
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