sábado, 28 de julio de 2018

Palabras que no cesan - por Jorge A. Dágata

                En el año 690 de Roma, 64 antes de Cristo, Pompeyo  redujo Siria a provincia romana.  Un niño que vivía hasta entonces libre en el país conquistado, uno de tantos, fue llevado a la capital del imperio como esclavo. Tenía 12 años y su amo, Domicio, de la familia de los Publio, quedó admirado por el ingenio agudo y la réplica pronta de que era capaz la criatura que acababa de engrosar sus propiedades. El amo era oficial del ejército romano y disfrutaba de su nueva mascota, fértil en ocurrencias oportunas, además de hermoso y bien formado. Todavía no asomaba siquiera en la humanidad “civilizada” el menor cuestionamiento a la institución de la esclavitud.
Asomaba, si así quiere entenderse, en la inclinación de este amo, que como otros hizo dar al niño una educación esmerada y luego la libertad. Lo llamaban Syro, en recuerdo de su patria perdida, y por el resto de su vida añadió al suyo el nombre de Publio, adoptando la costumbre de la época entre los libertos, y también como gesto de gratitud.
Publio Syro (Publilius Syrius) recorrió Italia dedicándose a la composición de mimos, cuyo principal objeto era provocar la hilaridad parodiando a los personajes más relevantes del momento y el lugar en que actuaba. César le entregó la palma de triunfo en una competencia que mantuvo con Laberio, el mimígrafo más notable del imperio.
Desde entonces reinó sin rival en la escena hasta el fin de su vida, que las conjeturas prolongan hasta los primeros años del reinado de Augusto, esto es, hasta el año 725 de Roma, 29 antes de Cristo.
De su obra sólo queda una colección de Sentencias (Sententiae) y una serie de máximas morales. La palabra no cesa, como dice el título, porque entre las más recordadas hay una que nos toca bastante de cerca, aquí y ahora: “Iudex damnatur ubis nocens absolvitur”, donde quien quiera puede leer claramente: “El juez es condenado cuando el culpable es absuelto”.
Entre sus máximas (versos) se han descubierto intercalaciones posteriores. Las auténticas suman aproximadamente 700, de las cuales seleccionamos éstas:

-Espera de otro lo que tú le hagas.
-Ama a tus padres si son justos; si no lo son, sopórtalos.
-La desgracia nos pone de manifiesto si tenemos un amigo o solamente su imagen.
-Grato es el recuerdo de los males pasados.
-El dolor del alma es más grave que el del cuerpo.
-Sustraerse a las pasiones es vencer un reino.
-La paciencia es el puerto de las miserias.
-La fortuna es como el vidrio: brillante, pero frágil.
-Exigua es la parte de vida que empleamos en vivir.
-La paciencia muy cansada se convierte en furor.
-Hasta los que la infieren, odian la injuria.
-El amor que causa la herida, la cura.
-Todos preguntamos: ¿Es rico? Nadie: ¿Es virtuoso?
-El arco pierde su fuerza por la tensión; el espíritu, por la flojedad.
-No olvides jamás el beneficio recibido; olvida en el acto el que has hecho.
-Querer llegar a ser bueno es gran parte de la bondad.
-Nos interesan los demás cuando se interesan por nosotros.
-El dinero es tu esclavo si sabes emplearlo; tu amo, si no sabes.
-Dios mira las manos limpias, no las llenas.
-Más amigos granjea la mesa que la inteligencia.
-El que persigue dos liebres no coge ninguna.
 -Ningún hombre es feliz a menos que crea serlo.
-En mar tranquila todos son buenos pilotos.
-Al pobre le faltan muchas cosas; al avaro, todas.
-Un compañero alegre te sirve en el viaje casi de vehículo.

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