sábado, 29 de septiembre de 2018

Quehaceres - Por Héctor Fuentes

    Con el bollo de sábanas entorpeciéndole las manos, Clara me invitó a tender la cama.
Hundí el señalador en la página trescientos diez, y suspendí la novela hasta nuevo aviso.
Por el ventanal del living se filtraba una luz débil y rojiza. Era una tarde de sábado donde habíamos compartido la limpieza y el aseo de toda la casa. Durante más de tres horas nos dedicamos con amor de franciscanos a fregar pisos; sacudir alfombras; remover manchas y acondicionar los cuartos.
Se nos había escapado la tarde entre guantes de goma, lavandinas, perfumes para pisos, franelas y trapos. Los quehaceres domésticos nos atropellaron con su cántico de orden y bienestar. Ahora todo olía a limpio, pero todavía faltaban cosas por hacer.
Nunca comprendí porqué me disgustaba tanto hacer la cama a deshoras. Un peso como de muerte me subía por los brazos, para encerrarme en el pasillo de una incomodidad infinita. Pero así y todo, me dispuse a contribuir arrastrando el acolchado y las frazadas. 
Entonces nos pusimos a los lados de la cama, y elevamos hacia el techo las sábanas. El globo se fue desinflando, y pronto pudimos encajar los elásticos hasta calzarlos con firmeza debajo del colchón.
Es una cosa seria el armado de la cama. Hay que tirar con justeza sin hacer demasiada presión, porque entonces todo se revuelve y hay que volver a empezar. Las pelusas se juntan de un día para otro, y hay que ver la cantidad de cosas que se pierden entre las sábanas. Desde una moneda, hasta una media; desde un repasador incongruente, hasta la acechanza del control remoto del televisor. 
La tarea requiere un mínimo de concentración que  culmina cuando las almohadas se enfundan y el cubrecamas hace caer el telón. Debajo permanecerá oculto el prodigio. Esa tierra fértil que remoja las semillas con sus algodones de sueño. 
Prolijamente Clara pasó una mano alisando rugosidades y ondulaciones. Sus manos de porcelana sobrevolaron el territorio, donde un cielo diminuto se traga los huesos del cuerpo y los suspende contra una línea de tela.
Yo hice lo mismo del costado opuesto. Cuando llegó el momento de hacer volar la otra sábana, se produjo un pequeño accidente: chocamos las cabezas, y quedamos los dos mirando hacia abajo. Mientras nos reíamos pasándonos una mano por la frente, vimos un reflejo en la profundidad de la sábana recién alisada. Nos miramos sin entender; aunque ya no pudimos apartar la mirada. Allí abajo algo se movía como un pez en el agua. El rectángulo de la cama nos atrajo hacia una profundidad desconocida. De pronto tambaleamos y caímos hacia adentro; fuimos desmoronándonos lentamente en una ciénaga sin borde ni tiempo.

Las manos de Clara me tomaron del pelo, y yo alcancé a rozarle apenas la cintura. La sábana se nos vino encima refregándonos las narices con el olor fresco de la tela que se nos pegaba contra la boca y los ojos.
Caer es volver a la ingravidez de las plumas. Es danzar sobre el aire una ráfaga de trueno y viento.   
El agujero crecía y nos devoraba. Era como nadar de noche sintiendo en cada brazada el peso justo de las estrellas; la gravitación de las olas galopando en un caballo de espuma. En la maravilla abierta bajo nuestros pies, un aliento subía desde el fondo, y nos entrelazaba en un juego de mordeduras y labios entrechocados. Nos trituraba en un vaivén de uñas y pelos que crujían sobre la boca del abismo.
El remolino giraba en su tromba y en cada movimiento, vencía nuestros torpes manotazos de ahogados.

De pronto relumbró la risa de Clara y toda la música quedó prendida en el aire. El ritmo acompasado cedió a la melodía, y el soplo de un gemido hizo estallar la canción. La obertura inauguró un túnel por donde pisamos la arena y un poco más allá, el mar. El ímpetu de la marea movió las anclas destrabando el velamen de la sangre. Los espejos reflejaron el otro lado de las cosas envolviendo la luz en un ovillo sin fin.  Fue entonces cuando tocamos fondo.
El colchón cerró su tapa y nos devolvió de un tirón a la superficie. Caímos hacia arriba, como venidos del espacio.

Con el bollo de sábanas entorpeciéndole las manos, Clara me invitó a tender la cama. Me costó abandonar la novela entreabierta en la página trescientos diez. La historia contaba la aventura de una pareja tendiendo la cama a deshoras.

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