martes, 1 de enero de 2019

V Edición del Concurso Literario “Llegó la hora de escribir un cuento” - PRIMER PREMIO: Una señal de paz en la guerra Por Gael Kiricos

          En un pueblo rural, había una granja donde vivía una familia que trabajaban la tierra cosechando trigo, maíz, etc. Eran muy unidos, su casa era cómoda y cálida. Valoraban mucho la unidad que tenían y el amor…
Un día tocaron a la puerta. “- Es un hombre que parece un soldado  dijo el niño”. Y así se presentó el general Levin: - Buenos días señor  le dijo al padre  Necesitamos de su ayuda. La Patria lo necesita. Estamos en guerra y todos los hombres del pueblo que puedan asistir al entrenamiento, los esperamos en el Cuartel General desde mañana.
Roberto, el padre, era piloto de aviones y, aunque amaba a su familia y nunca los hubiera dejado solos por nada del mundo no pudo negarse al pedido del general.
Al otro día se abrazaron muy fuerte los tres y entre lágrimas se despidieron… No sabían cuándo lograrían volver a ver a Roberto.
La guerra empezó. Roberto estaba allí, con sus compañeros, en el campo de batalla…mejor dicho en los cielos. Los tanques empezaban a avanzar…los aviones despegaban con sus metralletas…los soldados corrían por el campo manchado de sangre…los disparos pasaban muy cerca…
Roberto veía pasar aviones prendidos fuego, cayendo…y pensaba en su familia. Estaba muy asustado. El cielo cargado de nubes oscuras que le impedían ver si el enemigo se aproximaba…
En eso, justo cuando vio que unas luces titilaban delante suyo, un avión enemigo le disparó dándole en el ala derecho. No lo dudó. Alcanzó a levantar con una mano el botiquín de primeros auxilios y con la otra abrió el paracaídas al saltar del avión.
La caída era interminable…y por fin el viento lo llevó hacia una base. Pero no era conocida. Era una base enemiga. Cuando cayó entre los árboles, se escondió, sigiloso, mirando hacia todos lados. Fue en ese momento que sintió un quejido…y detrás de unos pastos encontró a un soldado que estaba perdiendo mucha sangre. Tenía una herida de bala en el cuello. Le preguntó su nombre, casi por señas, y le dijo  Francis.  Yo soy Roberto  dijo y sin pensarlo dos veces buscó vendas en el botiquín de primeros auxilios y comenzó a vendarle el cuello. Solo cuando estuvo seguro que Francis se sentía mejor, siguió su camino.
Los días siguieron pasando lentos, oscuros, hasta que una mañana, vio flamear una bandera blanca. La guerra había terminado.
Agradeció al cielo por estar vivo y volvió a su casa. Su esposa y su hijo lo abrazaron infinitamente al llegar. Les dijo que había pasado mucho miedo a morir y no poder volver a verlos…miedo a volver a sentir el terror en la mirada de los demás y en la suya. Allí se dio cuenta que la guerra no es la solución de nada…nunca las personas deberían matarse entre sí por órdenes de otras ni por estar en desacuerdo.
Pero lo que nunca iba a poder olvidar, es que, en el medio de la guerra, Roberto no vio a un enemigo sino a un hombre que estaba sufriendo y lo ayudó. Un hombre como él, cansado de las guerras inútiles y tratando de construir un mundo en paz.

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